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Cultura

Los fantasmas de la Navidad

  • Libros del Asteroide reúne en el volumen 'Espíritu festivo' los cuentos navideños que Robertson Davies elaboró durante su paso por Massey College.

Espíritu festivo. Robertson Davies. Trad. Concha Cardeñoso. Libros del Asteroide. Barcelona, 2013. 306 páginas. 18,95 euros.

Tal vez no lo sepan, pero realmente no hay nada más navideño que una historia sobrenatural. Fue y ha sido así desde el principio. Hablamos, para empezar, de un niño de misterioso origen cuyo nacimiento guía una estrella, al que velan unos inquietantes "guardianes" y que es adorado por tres magos. Partiendo de esos mimbres, lo extraño es que por estos lares no nos hayamos enterado del cuento: hablar de cuestiones en los límites de la realidad es, queridos todos, lo propio, lo eterno, lo old made new, lo hipster total, el LBD de cada solsticio de invierno.

Además de la original, ¿cuál es la otra historia de Navidad más conocida? A Christmas Carol, con esa inspiración del neoliberalismo que es Mr. Scrooge y sus tres tiernos fantasmas pegándole toquecitos a los pies de la cama -a propósito, ¿dónde están esos espectros cuando se los necesita?-. ¿Y la siguiente historia navideña más conocida? Qué bello es vivir, con un ángel sin alas tocando el arpa de la teoría de cuerdas ante un defenestrado Jimmy Stewart.

Por no hablar del capítulo de sospechosos señores que desafían las leyes de la física, entran en nuestras casas, aceptan nuestras ofrendas y juegan al medida por medida.

El auténtico espíritu de la Navidad, en fin, parece tener bastante que ver con lo fantasmal. Los británicos lo han entendido desde hace tiempo: hablar de aparecidos ha sido tradición durante estas fechas en el ámbito anglosajón hasta un pasado no muy lejano -muchas de las inquietantes historias navideñas presentes en nuestro imaginario colectivo hunden, de hecho, su huella sobrenatural en esta costumbre-.

Los relatos que Libros del Asteroide recoge en Espíritu festivo surgen del corazón mismo de esta tradición espectral: cuando el novelista Robertson Davies llegó a Massey College, en Toronto, sintió que debía contribuir de alguna manera a la reunión navideña que la universidad realizaba todos los años, y que contaba con aportaciones -cuenta el propio Davies - "de personas con talento, como poetas y músicos". Así que Davies -altísimo y barbudo como un primitivo Papa Noel, como un dios solsticial nórdico- decidió sucumbir a la causa y participar en el encuentro con un cuentecillo navideño. La primera entrega, Revelación de una chimenea asfixiante, fue escrita en las navidades de 1963, y tuvo tal aceptación que Robertson Davies se vería en el compromiso de ir escribiendo, cada diciembre y hasta su despedida de Massey College, una nueva historia. Dieciocho en total. En ellas, como es lógico, trata todo tipo de temas sobrenaturales: aparecidos al uso, impregnaciones, viajes en el tiempo, geniecillos encerrados, señores del Averno con complejo de oveja negra, posesiones de alto nivel o, incluso, un batallón de santos desterrados que vagan por el mundo como una Santa Compaña. Hay varios geniales, como el del doctorando que se suicidó tras fracasar en su prueba y al que el alter ego de Robertson Davies ha de examinar (El fantasma que desapareció a fuerza de títulos). O el vampírico espíritu de Charles Dickens, que se alimenta de sus estudiosos (La asimilación de Dickens).

En todos ellos, Davies hace uso indiscriminado de una retranca secular, más antigua que cualquier momia: "Salimos a fantasma por año -nos cuenta él mismo, a propósito de sus invenciones-. No sabría decir por qué unos edificios tan nuevos en un país tan nuevo (o mejor dicho, en un país que dice ser tan nuevo, aunque en realidad es tan antiguo), sufre en gran medida lo que lo nuestros sociólogos universitario denominan densidad espectral".

Como en todo buen libro de fantasmas, tan importante como lo que se cuenta es lo que nos dejan presentir. Y en este libro se palpan, en efecto, una serie de cuestiones inmateriales. Que Robertson Davies era, desde luego, un zorro viejo, capaz de dar mordidas de aviso, llenas a la vez de ternura y colmillo. Que hubiera sido una delicia hablar con él y que, además, se hubiera dejado. Un perfecto cuentacuentos junto al fuego.

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