Cultura

La fecunda sencillez de José María Bermejo

  • El pintor mantiene en La Caja China su apuesta por la sobriedad y la falta de artificio en una nueva serie que, no obstante, no renuncia a la potencia del color

Hace algunos años José María Bermejo (Olivares, Sevilla, 1952) elaboró un gran mural: sobre un soporte de papel, la pieza se extendía a lo largo de doce metros con una altura superior a los dos metros y medio. Era una obra para recorrerla: no sólo con la mirada, sino caminando, de modo que los ritmos, colores y formas fueran despertando distintas formas de sensibilidad corporal. Recuerdo este trabajo (se expuso en Cajasol el año 2011 y al año siguiente en el Centro Andaluz de Arte Contemporáneo, en el antiguo refectorio monástico) porque la actual exposición también requiere al cuerpo aunque de un modo distinto. No propone un trayecto continuo sino una visión de contrastes. Un gran lienzo cuadrado de fondo negro, otro con un vibrante fondo rojo contrastan entre sí y con el titulado Boom Big Bang Boom, un gran cuadrado cuyo fondo blanco lo agitan formas y líneas construidas exclusivamente con colores básicos, rojo, amarillo azul. El espacio de la galería se acerca así al de la instalación. Desde su centro pueden verse los tres lienzos, relacionarlos entre sí y comprobar cómo cada uno de ellos altera la arquitectura del recinto. También puede dejarse perder la mirada en alguno de ellos, seguir sus ritmos y encallar en el color, y después, con ese legado, acercarse a otro de los grandes lienzos para apreciarlo, inevitablemente mediado por la experiencia del primero. Un ejercicio, al fin, en palabras de Richard Serra, de verse viendo.

La exposición no termina en esas grandes piezas. Ofrece tambien un momento, digamos, de reposo. Son las obras sobre papel que están a la izquierda de la entrada a la galería y en la oficina. Son piezas más serenas: sus fondos no tienen la brillantez del rojo ni la fuerza de los no-colores, blanco y negro. Están matizados por una sutil capa de pintura que les da la forma suficiente para que sobre ella reposen las estructuras geométricas construidas por el pintor. En estas obras sobre papel, el color de las rectas, ángulos, circunferencias y sinusoides que forman la estructura es menos vibrante: pierde pureza y definición, pero otorga a la pieza una unidad eficaz. La trama de líneas surge del fondo modelado por fina capa de pintura como el sonido de las cuerdas se apoya en el bajo continuo.

En los grandes lienzos no ocurre así: los tres colores básicos y los dos no colores aparecen en toda su pujanza con lo que el ritmo de las líneas adquiere cadencia más nítida, más intensa. El gran lienzo de fondo rojo hace vibrar de modo especial la trama amarilla, las líneas blancas lo son de luz sobre el cuadro de fondo negro y en Boom Big Bang Boom, los tres colores básicos compiten entre sí para subrayar las cadencias de las tramas convertidas de vez en cuando en trampantojos.

En los tiempos que corremos hay quien se juega la vida por encontrar y decir una frase ingeniosa. Flor de un día, hace fortuna, sin embargo, en titulares de un periódico o en algún rincón de las redes sociales. Bermejo va justamente en sentido contrario. Desde que ganó la Beca de la Casa de Velázquez, en el ya lejano 1972, hasta hoy, su larga ejecutoria profesional es una pausada sucesión de iniciativas personales muy pensadas. Cuando en España se enfrió (digámoslo así) la abstracción, siguiendo las ideas materialistas de los teóricos de Support-Surface, Bermejo potenció la presencia del pigmento, la materia y el gesto, pero de tal modo que fueran expresivos en y desde su propia desnudez. Cuando algo después, allá por los años ochenta, la influencia de la Transvanguardia desterró la abstracción en beneficio de la figura, Bermejo mostró que una y otra se encontraban, si figura y fondo se integraban, formando una sólida trama de materia y color. Después, en la serie Transmisiones, enfrentó en reñido equilibrio el orden de la geometría y recursos característicos de la pintura, del gesto a la veladura. A veces la pintura se retraía tras las líneas creando una suave profundidad y en otras ocasiones, se antojaba una niebla que amenazaba la firmeza de la construcción geométrica.

Hacia el año 2006 las cosas cambian: los elementos expresivos se atemperan. No desaparecen. Sólo se desplazan para depositarse en el ritmo de la línea que frunce la superficie del cuadro mostrando qué cadencias puede guardar la geometría. Las obras de Bermejo, desde entonces, parecen evocar la sencillez de una música que renuncia a la armonía más artificiosa y a los excesos de la expresión, para mostrar el valor y la fecundidad de la pureza del timbre, el contrapunto y la disonancia. El interés que se rastrea en algunos cuadros de esta exposición por los colores básicos, como ya he señalado, podría ser un paso más en la sencillez que está cultivando Bermejo y que cabría llamar ascética si no fuera -y es importante subrayarlo- por la potencia del color de algunas obras. Una ejecutoria por tanto sostenida y personal. Al fin y a la postre, la que permite lograr un mundo propio.

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