Bresson, que cerró más puertas de las que abrió, se convierte en la tumba definitiva de Angela Schanelec (Marseille, Nachmittag, Plätze in Städten), una directora de buen gusto y pulcritud que cae aquí en el fácil y superficial recurso plagiario para seguir abriéndose camino en el submundo festivalero, donde la impostura de lo grave siempre fue un útil salvoconducto hacia el ticket de comida. Schanelec observa, despieza y encuadra a las mil maravillas, pero olvidando el movimiento feroz y bello del mundo en el viejo Bresson, sus corrientes invisibles, su humor callado y su deseo fulgurante.
The dreamed path no pasa así de filfa hanekiana, sobredosis de grisalla desde la que enturbiar la mirada a una realidad sin salida en la que el desamor y la desconexión sentimental entre humanidad y planeta Tierra se exagera tanto que termina por mover a la risa. Las repeticiones ad nauseam y el guión teledirigido hacia la opaca negritud pretenden convertir en cataclismo existencial el natural aleteo de la vida, que nunca gustó a los totalitarios (ni fuera ni dentro del cine).
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