Cultura

El filósofo y el satírico

Siebenkäs de Jean Paul Richter. Trad. Paula Sánchez de Muniain. Berenice. Córdoba, 2015. 576 páginas. 25 euros

Hay un concepto, plenamente barroco, que tendrá un enorme éxito en el Romanticismo; dicho concepto es el concepto de infinito. Descartes lo ha desarrollado en su obra; Velázquez lo figurará, límpido e inextricable, en Las Meninas; Cervantes lo compondrá, un relato dentro de otro relato, y un hombre dentro de otro, en su colosal empresa de El Quijote. Esta misma idea es la que penetra, a finales del XVIII, el Siebenkäs de Jean Paul. Si bien participa de la novela erudita del Setecientos, y de un confesionalismo expreso, heredado de Rousseau, lo que Jean Paul Richter trae a sus páginas es un infinito más modesto y más inasible. Se trata de un infinito abierto en la propia psique humana, cuya extrañeza radical la desvelará Rimbaud cuando afirme: "yo soy otro".

Sin duda, una de las figuras más reconocibles de este Siebenkäs es la figura del doble, del doppelgänger, en la que el hombre moderno se exterioriza y desdobla hasta hacerse extraño a sí mismo. De E.T.A. Hoffmann a Borges, el doppelgänger ha simbolizado, físicamente, la posibilidad fantástica de repetirse en otro cuerpo y otro tiempo, y contemplarse desde fuera. En buena medida, pero ahormado ya por el psicologismo del XIX, eso es lo que hará Mr. Hide, cuando huya del rigorismo ilustrado del doctor Jeckyll. También este Siebenkäs de Richter, de cómica presentación, pero abocado a la tragedia, tendrá su alma gemela, su otro yo físico, como lenitivo y escape y sombra amiga, para asomarse a la amargura y el abrazo inhóspito del mundo.

Hay que leer a Richter, escritor caudaloso, genio satírico, con atención suma. La imagen más perdurable de cuantas aquí se reúnen es su célebre Discurso de Cristo muerto desde lo alto del Edificio del Mundo, que no hay Dios. Ahí es un Cristo macilento y compasivo quien comunica a la Humanidad que Dios no existe, y que el hombre orbita sobre el vacío sobre la nada originaria. Hay pocas imágenes tan deslumbrantes, tan terroríficas, que transmitan el escalofrío y el vértigo del infinito, como ésta de Jean Paul, creada antes de que terminara el XVIII. En Jean Paul, pues, se suman el satírico y el filósofo, el teólogo sin teología y una cierta fatiga burlesca de la existencia. Si, por otra parte, él se declara heredero de Butler, Swift y Sterne, no olvidemos que es sólo Richter quien se adentra en esta oscuridad sin dioses.

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