Crítica de Flamenco

Más física que dramática

Manuela Carpio es una bailaora intensa, siempre al límite. Y vino acompañada de un grupo a su medida compuesto por un ramillete del mejor cante jerezano de hoy al que se unió la figura totémica de Enrique el Extremeño. Fue una lástima que en un largo tramo del recital no pudiésemos disfrutar del timbre de estos artistas enormes en todos los sentidos debido a un sonido francamente horrible. Al final los cantaores prescindieron de la megafonía y la cosa mejoró. Juanillorro y su compás inefable y El Extremeño con ese eco telúrico nos volvieron a seducir.

Las alegrías fueron divertidas, espectaculares, histriónicas, con una coreografía y vestuario, así como la puesta en escena, de otro tiempo. Un flamenco directo y efectista en el que Carpio se mueve como pez en el agua, dominando la escena: gesticulando, pateando, saltando. La soleá solemne, con un cante de muchos quilates y profusión de escobillas, desplantes y figuras. Y en el fin de fiesta, muy a gusto, Carpio se atrevió a cantarse por bulerías y a marcarse una pataíta con Diego de la Margara, que ya había mostrado su arte sencillo, austero, popular en el mejor sentido. Es la bulería de la calle, sencilla, vivencial, en las antípodas de la estrella de la noche, tanto en el vestuario como en la técnica y coreografía.

Una bailaora visceral, radical, con un concepto flamenco de otro tiempo y espacio pero que en sus brazos, en sus pies, sigue plenamente vigente. Más animal que sensual, más violenta que erótica, o con un erotismo violento, como queramos verlo. Más física que dramática.

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