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Cultura

Una forma de vida

  • 'Libros, buquinistas y bibliotecas'. Azorín. Prólogo de Andrés Trapiello. Edición de Francisco Fuster. Fórcola. Madrid, 2014. 238 páginas. 21,50 euros.

"Leer es vivir, y no hay vida que se precie de verdadera y plena sin libros", escribe Andrés Trapiello al frente de esta recopilación de Crónicas de un transeúnte donde Francisco Fuster ha reunido los artículos de Azorín sobre el hábito y los oficios de la letra impresa, desmintiendo la falsa dicotomía -"no leer o vivir, sino más bien leer y vivir"- que define el trato con los libros como una actividad vicaria. Puede que sea verdad que aquellos, hasta cierto punto y como afirmaba el propio Azorín, "sustituyen a la vida", pero no sólo no se oponen a esta, sino que ensanchan el horizonte, la sensibilidad o el conocimiento de un modo no siempre accesible a la experiencia directa. Son en este sentido el mejor aliado para trascender las limitaciones de cualquier lector, pero al margen de su indudable valor instrumental los libros y todo lo que los rodea pueden ser un placer, la más grata de las compañías o incluso una forma de vida.

De editores, bibliotecas, ferias y libreros, pero también de los propios libros -gran crítico Azorín- y del jubiloso "arte de leer", tratan estas páginas que recogen medio centenar de prólogos, capítulos o artículos, varios de ellos no incluidos en las Obras Completas de Aguilar e inéditos hasta ahora en volumen, publicados en cabeceras como Abc, La Vanguardia o La Prensa de Buenos Aires a lo largo de más de medio siglo -desde los inicios del Novecientos hasta finales de los 50- durante el que el escritor de Monóvar no dio descanso a su irreprimible pasión por la lectura. Algunos son espléndidos -memorable, por ejemplo, la Meditación ante una imprenta- y otros parecen más circunstanciales, pero el conjunto, escrito con la proverbial querencia del autor por el estilo minimalista e ilustrado con una sugerente colección de fotografías alusivas, ofrece un recorrido de lo más coherente, trazando lo que Fuster llama el "autorretrato de un bibliófilo" a lo largo de décadas de evolución de los usos y costumbres del gremio o de los gremios. De ese itinerario se deducen constantes de Azorín como su admiración por la cultura francesa, su gusto omnívoro o su concepto hedonista de la lectura, pero sobre todo un genuino amor a los libros que en su caso -tan distinto al de los obsesos perseguidores de ediciones lujosas- no está contaminado por la pedantería.

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