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Cultura

Del tiempo y de la forma

  • Julián Gil presenta estos días en La Caja China una interesante serie de trabajos que invitan a pensar en el ritmo, ese rasgo decisivo del arte

Detalle de una de las obras que muestra el veterano artista.

Detalle de una de las obras que muestra el veterano artista.

Uno de los primeros trabajos de Julián Gil (Logroño, 1939) fue estudiar las proporciones de las cajas de los periódicos. Ya saben: aquellos enrejados en los que, en los tiempos de la linotipia, se acoplaban las letras, los tipos de plomo. Con aquellas plantillas, distribuidoras de textos y titulares, nos saludaba cada mañana la prensa. No era la de Gil una investigación trivial: las proporciones de las cajas regulaban el valor relativo de las noticias. Ciertas medidas impulsaban la mirada a deslizarse poco a poco por el texto, otras enfatizaban la noticia y urgían la lectura y no faltaban las que permitían publicar algo que pudiera pasar desapercibido. Estudiar tales proporciones equivalía a estudiar los tiempos de la mirada, el ritmo: un rasgo decisivo del arte.

Al mirar un cuadro geométrico, como los de Julián Gil, la mirada se recrea en el color y se enreda en el artificio de las formas, pero apenas se tiene conciencia del valor del compás, del ritmo. Éste es decisivo para la lectura (de ahí la importancia del diseño gráfico) pero también para organizar espacios más ambiciosos, como los de la arquitectura. En una catedral gótica, el andar se hace más lento e intenta acallar su sonido, en un patio renacentista los pasos se acoplan a la sucesión de columnas y arquerías, y un lugar como el Patio de los Arrayanes, en La Alhambra, invita a la divagación y el reposo.

Las tres series poseen pues ritmos distintos, dentro de un eje común: el autocontrol

Algunos recurrirán a la psicología para explicar la sagacidad del redactor jefe para elegir la caja apropiada o la sensibilidad del arquitecto para diseñar la escala del edificio pero, yendo aguas arriba, la secreta fuerza del ritmo (de la mirada o de los cuerpos) radica en que somos tiempo. La forma artística condensa el tiempo, no para suprimirlo, sino para devolvérnoslo en la stretta de una fuga, los acentos de un endecasílabo o los cambiantes tempos de la buena prosa.

Así ocurre también con las obras de Julián Gil. Las tres series a las que pertenecen las obras expuestas tienen en común un elemento: el rectángulo. El ascetismo voluntario del estudioso de formas (Gil enseñó análisis de forma en Arquitectura y Bellas Artes, Universidad Complutense) aparece así con rigor. Pero los rectángulos pueden desempeñar papeles muy distintos. A veces, como ocurre en la obra titulada CP 121 MC, se superponen, rompiendo unos la integridad de otros aunque, como contrapartida, muestran la interactividad del color: un rectángulo violeta a la derecha y otro magenta, algo más abajo, a la izquierda, se aclaran al inscribirse en verde y se nublan sobre azul ultramar y gris oscuro.

Ya en cuadros como el que acabo de describir rastreamos algo que da un realce especial a las formas geométricas, subraya su exactitud y a la vez el aparente desorden que genera el ritmo. Lo detectamos con claridad en el muro de la derecha al fondo de la sala, donde cuelga una segunda serie, titulada con las letras PC y LC, separadas por tres cifras. Los rectángulos se hacen más estrechos y algunos se alargan, pero todos dejan que brille el fondo, el cuadrado blanco del lienzo que, como el silencio en la música o los espacios entre palabras, es una réplica del mundo firme y estable que permite la agitación de la forma. Se dice que el soporte también pinta y aquí se hace patente: el lienzo blanco empuja el color hacia fuera y admite la armónica distribución de los rectángulos cuyas diagonales, con sabor suprematista, marcan interesantes proporciones en el terso cuadrado de lienzo.

Una tercera serie, señalada con los caracteres CP y MM separados por dos cifras, también incorpora la potencia del lienzo, dejándolo ver a veces en el mismo interior de la construcción geométrica y otras, entre planos que forman un ángulo. Los rectángulos, ahora superpuestos, no se diferencian como antes por el color pero unas líneas que cruzan los campos de color los delimitan de algún modo. En la serie revisten particular importancia las oblicuas que aseguran el doble valor de la construcción geométrica: su dinamismo y su rotundidad. Las tres series poseen pues ritmos distintos, dentro de una presencia común, la del autocontrol.

Julián Gil figuró entre los autores que a fines de los años 60 presentó Juan Antonio Aguirre en diversas exposiciones como Nueva Generación: caminos apartados del informalismo cultivado desde una década antes. Gil desde entonces se orientó al arte formal, geométrico o, como se decía entonces, normativo. Se trabajaba desde perspectivas diferentes. Tal vez por eso se incorporó al grupo de autores geométricos autotitulado No-grupo. Desde entonces Julián Gil ha seguido este camino de la indagación de la forma, una vía que entre otras muchas virtudes posee una muy importante: impulsar al análisis que al fin no es sino un modo de ejercitar el pensamiento.

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