Crítica de Teatro

Un futuro poco prometedor

Carmen Machi, en la obra.

Carmen Machi, en la obra. / david ruano

Estamos en 2037 en el Museo del Prado, donde Ángela, una monja copista y mediática, debe copiar de Las Meninas. El Ministerio correspondiente ha decidido vender el original a un museo de un país árabe para sufragar las deudas y las políticas sociales.

En una larga charla entre la monja (Carmen Machi) y la directora del museo nos vamos enterando de que todo sigue más o menos igual: la penuria económica, el pupulismo, las diatribas entre el PP, el PSOE y los terceros, ahora Pueblo en Pie; las consultas catalanas... Eso sí, la UE ya no existe y hemos vuelto a la peseta. Ante dicho panorama, una especie de angustia se va apoderando del espectador, acrecentada por el debate sobre la democratización del arte, el egocentrismo del artista y otras cuestiones en exceso teóricas.

Pero es entonces cuando el texto de Caballero da un vuelco inesperado hacia la comedia y, aprovechando al máximo las estupendas dotes de la Machi, a la que conoce a la perfección por sus trabajos anteriores, convierte la pieza en un auténtico y loco divertimento.

La monja, animada por un vigilante que le hace compañía mientras trabaja por las noches, tiene una crisis de identidad y, poseída por teóricos del arte del pasado, como Walter Benjamin o Tristan Tzara, se aleja de Velázquez para acercarse a Pollock, Fontana o al mismo Andy Warhol.

Sin abandonar la trascendencia de sus tesis, es la locura reivindicativa de la copista que quiere ser pintora la que nos ofrece las mejores escenas de la noche, especialmente cuando, al final, comprende que no eran las "divinas palabras" del vigilante las que provocaban su locura artística sino las "divinas proporciones" de semejante gigantón las que la inducían a un éxtasis mucho más físico que intelectual.

Comedia agorera, eso sí, pero el público rió con ganas.

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