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La guerra de la Pura y Limpia

  • El Bellas Artes de Valencia explora en la exposición 'Intacta María' la devoción a la Inmaculada, que lideró la Sevilla del XVII entre feroces campañas propagandísticas y episodios de violencia

La Inmaculada Concepción pudo enclavijarse definitivamente a la Historia del Arte una tarde de 1619. El pintor Francisco Pacheco daba ese día las últimas pinceladas al lienzo encargado por un miembro de la Congregación de la Granada, un oscuro colectivo religioso al que pertenecían influyentes eclesiásticos, intelectuales y artistas de Sevilla. La escena reunía a una mujer joven, de 13 años quizás, con túnica carmesí, manto azul y coronada por 12 estrellas, y a un caballero ataviado de negro con unos versos de su autoría que alcanzaron gran fama anotados en un papel: "Todo el mundo en general, / a voces reina escogida, / diga que sois concebida, / sin pecado original".

Aquella tela de Pacheco -La Inmaculada Concepción con Miguel Cid- podría considerarse la definitiva pista de aterrizaje de una devoción que encontró su onda expansiva en la dinamita de la belleza. "Las artes fueron fundamentales en toda la construcción del fervor por la pureza de la Virgen, convirtieron en visible lo indefinible e hicieron que toda la sociedad peninsular, encabezada por ciudades como Sevilla o Valencia, se volcara en la defensa de María", señala Pablo González Tornel, profesor de la Universidad Jaume I y comisario de la exposición Intacta María. Política y religiosidad en la España Barroca del Museo de Bellas Artes de Valencia.

La muestra ofrece un relato político levantado desde el poder de la representación artística

La muestra está planteada a modo de espejo de época. Se trata de un relato político levantado desde el poder de la representación artística que logró sacar de las escuelas de teología una controversia doctrinal para ponerla en la calle y en la Corte. Es una crónica especular sobre medio siglo de Historia de España, desde el inicio del apogeo concepcionista impulsado por el arzobispo Pedro de Castro y Quiñones en Sevilla en 1615, hasta la culminación de su éxito en Valencia en 1662, donde recaló el embajador de Felipe IV, el también prelado Luis Crespí de Borja, con la constitución papal que aprobaba el culto a la pureza original de María y la fiesta del 8 de diciembre.

Claro que el vuelo de la devoción a la Inmaculada en España está narrado en la exposición no a través de hechos, documentos y personajes, sino con 53 obras de arte, nueve de las cuales proceden de instituciones sevillanas: el Ayuntamiento, la Catedral, el Palacio Arzobispal y el Museo de Bellas Artes. Así, las piezas ilustran, por ejemplo, la vinculación de la Corona con el misterio, su lugar de privilegio entre las devociones hispanas del siglo XVII y las diferentes iconografías que atravesó la Concepción hasta encontrar su forma definitiva, desde las representaciones alegóricas, como el abrazo de San Joaquín y Santa Ana en la Puerta Dorada, a la imagen Tota Pulchra de María.

Intacta María también hace un sitio importante a la polémica concepcionista en Sevilla, ya que, "entre 1615 y 1622, la ciudad se convirtió en el escenario privilegiado de un fenómeno singular, como fue el de la transformación de una cuestión teológica limitada en principio a las disputas de escuela en un problema social y político", aclara el profesor de la Hispalense José Antonio Ollero. A su juicio, se trató de "un movimiento de masas" provocado por "el triunfo de una estrategia que logró identificar la devoción con una creencia compartida que superaba las barreras sociales y se elevaba a la categoría de sentimiento de pertenencia comunitaria".

Es posible rastrear en la exposición que la pugna religiosa llegó a registrar en Sevilla episodios de violencia entre los partidarios de la doctrina -franciscanos y jesuitas, principalmente- y sus detractores, los dominicos del convento de Regina Angelorum. Los frailes fueron acusados de insultar y agredir a todos aquellos que celebraban la Concepción, de quemar grabados e imágenes de la Inmaculada y hasta de ordenar que se pintara una contraimagen del misterio, una Virgen Maculada. En esta iconografía, que lógicamente no prosperó, la Madre de Dios aparecía rodeada por la cadena del pecado original.

El choque fue sabiamente instrumentalizado por el arzobispo Pedro de Castro y sus partidarios, que consiguieron encender el fervor en Sevilla. Mientras los dominicos atacaban a María, las fiestas en favor del misterio se multiplicaron y los panfletos y los grabados inundaron las calles. Miguel Cid ideó entonces la famosa copla Todo el mundo en general, que se convertiría en el himno cantado por toda la ciudad como muestra de apoyo a la causa de la Virgen. Cofradías, corporaciones y conventos encargaron cuadros y esculturas de María Inmaculada y, por primera vez, se expuso públicamente una imagen de la Concepción. El lugar elegido: la fachada de la Catedral.

A causa de los continuos tumultos callejeros, el arzobispo de Sevilla reclamó a Felipe III una toma de posición sobre la polémica. La insistencia ante el monarca se concretó, además, en el envío de un formidable cuadro de Juan de Roelas. En él se mostró la adhesión de la ciudad al misterio, al tiempo que se desgranaban las bases teológicas de la veracidad de la Concepción Inmaculada de la Virgen. La Monarquía se convirtió desde 1616 en la principal defensora de la pía opinión, y Felipe IV no sólo continuó la labor de su padre, sino que se hizo representar como devoto del misterio. A partir de aquí, el objetivo de la Corona fue conseguir el favor del Papado.

Este apoyo llegó con el breve de Alejandro VII publicado el 8 de diciembre de 1661, donde aprobaba el culto a la Concepción, al tiempo que prohibía la doctrina contraria a este misterio. El documento pontificio dio lugar a una importante celebración en Sevilla, que aparece representada en el lienzo anónimo Fiestas de consagración de la Iglesia del Sagrario de la Catedral (1662), cedido por el templo para la exposición de Valencia. La enorme tela da testimonio del altar efímero que se construyó en las gradas a lo largo de la calle Alemanes, lleno de simbología mariana, ángeles y santos, y presidido por un cuadro de la Inmaculada de Herrera el Viejo.

Ya habría que esperar hasta 1854 para que Pío IX estableciera, con la proclamación de la bula Innefabilis Deus, la concepción inmaculada de María como dogma de fe de la Iglesia Católica. "Declaramos, proclamamos y definimos que la doctrina que sostiene que la beatísima Virgen María fue preservada inmune de toda mancha de la culpa original en el primer instante de su concepción está revelada por Dios y debe ser, por tanto, firme y constantemente creída por todos los fieles". Culminaba así, en palabras del comisario Pablo González Tornel, "la primera campaña de marketing visual de la Historia".

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