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Cultura

Los hallazgos de María Ortega Estepa

  • Una interesante exposición muestra los últimos trabajos de la joven artista, pinturas donde la luz irrumpe en la noche como una metáfora del descubrimiento.

Los artistas no cuentan con Ariadna. Ningún hilo puede guiarlos por el laberinto que ellos mismos han de trazar. Es un proceso ingrato porque con demasiada frecuencia la construcción no depende sólo de ellos: el hallazgo inesperado suele ser más fértil que la trabajada elaboración. La ejecutoria del artista es siempre incierta.

Lo dicho tiene que ver con la actual muestra de María Ortega Estepa (Córdoba, 1983). En su exposición en Murnau (galería que ofreció muchas cosas de interés), en febrero de 2011, una obra, separada de las demás, reunía fragmentos de paisajes en torno a un espacio vacío que no era sino el blanco del soporte. El resultado era una fuerte presencia de la luz. Algo después (otoño, 2013) en Mecánica (otra galería que se echa de menos), el centro luminoso lo confiaba Ortega a la pintura, en contraste con sienas que lo rodeaban como una orla. Tales estrategias de luz se han convertido ahora en objeto: recintos parecidos a invernaderos guardan en su interior una naturaleza luminosa y sensual en contraste con la otra, nocturna y fría, pero grandiosa, que la rodea. La autora estudia de muchos modos esta suerte de claro del bosque: a veces lo destaca del entorno, como si fuera metáfora del descubrimiento o deseo de un espacio de acogida, pero no olvida que tal recinto de luz (o de reposo) puede disparar la mirada hacia espacios que nos desbordan.

Las dos miradas son fecundas porque introducen un elemento de interés: la geometría. María Ortega recurre con facilidad a técnicas distintas, convierte fragmentos en collages y con ellos construye el cuadro desde un aparente desorden. Ahora une a estos recursos el contrapunto entre la luz y el color, y la geometría, con lo que amplía su poética de umbrales. Antes venía dada por el propio rectángulo del cuadro, ahora por los perfiles de sus invernáculos.

Hay algo más (y quizá de mayor interés): un pequeño cuadro de la muestra convierte al invernadero, su luminoso contenido y las tinieblas exteriores en objeto. Colocado sobre una peana lo sitúa en un indefinido paisaje. El cuadro, de ilusión, pasa a ser objeto-signo y así se incorpora a la fantasía o al sueño, o sencillamente muestra que de una y otro procede. Esta inversión del cuadro, este modo de mostrar su falsedad, hace pensar en Magritte y puede que señale un nuevo camino para la indagación de María Ortega Estepa.

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