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Crítica de Cine

Los hijos perdidos de Rusia

El actor Aleksey Rozin, en una escena de 'Sin amor'.

El actor Aleksey Rozin, en una escena de 'Sin amor'.

Andrey Zvyagitnsev dejó de mirarse en Tarkovski (El regreso, The banishment) para autoproclamarse, junto a Loznitsa o German Jr., como el nuevo retratista oficial de la Rusia contemporánea y su podredumbre moral (Elena, Leviathan) en unas nuevas claves más cercanas al cine de género aunque con una misma (sobre)carga metafórica para espectadores poco intrépidos.

Candidata al Oscar y ganadora de numerosos premios de temporada (entre ellos el del Jurado de Cannes), Sin amor prolonga este sendero oscuro y moralista para levantar acta del desarraigo y la pérdida de valores de la emergente clase media-alta rusa, esa que se multiplica al amparo del pelotazo y la corrupción y que es capaz de dejar en la estacada a sus propios hijos con tal de mantenerse en el nuevo estatus otorgado por las feroces dinámicas del neocapitalismo en su versión post-soviética.

Zvyagintsev traza un paisaje urbano invernal de desolación y ruina para acompañar el proceso de descomposición de una familia acelerado por la desaparición del hijo único y la posterior pesquisa de búsqueda, en un mensaje más que evidente y explícito (como casi todo en esta película, incluida su elegante estilización formal) de esa orfandad de las nuevas generaciones que el cineasta busca entre edificios y parques abandonados y sobrecargando más de la cuenta ese grado de crueldad, fealdad y distanciamiento afectivo de unos personajes demasiado movidos por los hilos de un asfixiante pesimismo de diseño tan caro a cineastas europeos como Haneke y sus discípulos Lanthimos, Östlund y compañía.

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