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Cultura

Un histórico estreno de Wilson en el Lope

Aunque la acogida del público ha sido bastante tibia tanto en la afluencia al teatro como en el premio final, el espectáculo de anoche fue la más pura esencia dramática que se ha paseado por la escena sevillana en los últimos años. Ni siquiera con la entrada de Robert Wilson -reclamado por Ángela Molina- para recoger los aplausos, se apreció el más mínimo entusiasmo. Pues bien, creo que lo que ayer vimos fue un hecho excepcional: una maravillosa obra de Ibsen rehecha hace veinte años por la gran escritora norteamericana Susan Sontag y llevada a escena por primera vez aquí, en Sevilla, de la mano de uno de los grandes de la dirección: Robert Wilson, gracias.

Los primeros veinte minutos de esta versión de La dama del mar es una hermosa presentación y prólogo a la obra. Los personajes aparecen como autómatas silenciosos, mostrando las relaciones que existen entre ellos mientras la música actúa con la iluminación y las siluetas de los actores. Es danza, es mímica, un lento equilibrio gimnástico junto a unos efectos sonoros y de iluminación sorprendentes. Ante este arranque, uno llega a pensar que Wilson habría podido hacer esta obra sin articular una sola palabra, pero a continuación comienza el diálogo. Manuel de Blas es el anciano marido y su voz, sus gestos responden a los movimientos que nos han introducido en la obra. Una forma afectada de declamar, alargando las vocales, cortando la dicción o acoplándola con efectos sonoros. Todos los personajes se suman a esta fiesta en la que el argumento -llevado a su mínima expresión- es el simple hilo que provoca las atraciones entre las máscaras.

Porque, como ocurre en el teatro de muñecos o de autómatas, aquí los actores son auténticas máscaras que logran, gracias a esa distancia con la representación naturalista, levantar un tipo de emoción distinta, evocadora, exótica, que intenta mirar hacia nosotros mismos u otra parte de nosotros mismos. Es un mundo donde cabe la reflexión sobre los temas más importantes de nuestra existencia con el humor, la dureza, los silencios, la evocación y la tragedia que requiere. Está allí, en el Lope hasta el sábado así que dejen quinarios y casetas y no equivoquen el camino.

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