Cultura

La infancia y la fragancia de los árboles

  • La Isla de Siltolá publica 'Poesía para niños de 4 a 120 años', una antología para todos los públicos en la que participan autores consagrados como Pablo García Baena, Antonio Colinas o María Victoria Atencia

Lejos de las "afectaciones infantilonas" y la voluntad pedagógica de algunos versos ideados para niños, la editorial sevillana La Isla de Siltolá ha apostado en una antología para todas las edades por una lírica sencilla y madura, accesible a diferentes públicos sin caer en ese tono pueril del que adolecen otras publicaciones similares. Poesía para niños de 4 a 120 años, con edición de Jesús Cotta, José María Jurado y Javier Sánchez Menéndez, ha involucrado a más de 40 autores que respondieron con "implicación total" al ofrecimiento de participar en el libro.

En la lista abundan los nombres consagrados: el Premio Príncipe de Asturias Pablo García Baena, el Cervantes José Jiménez Lozano, la reciente ganadora del Premio Federico García Lorca María Victoria Atencia, el Nacional de Literatura Antonio Colinas o el Nacional de la Crítica Antonio Carvajal abren una selección por la que desfilan también otros poetas del prestigio de Fernando Ortiz, Eloy Sánchez Rosillo, Luis Alberto de Cuenca, Ana Rosetti, Juan Cobos Wilkins, Javier Salvago, Felipe Benítez Reyes o Juan Bonilla, y donde tienen cabida también las voces más jóvenes de Diego Vaya, Miguel Agudo y Tomás Rodríguez Reyes.

Hay autores que prestan al conjunto textos inéditos hasta ahora; otros facilitaron a los antólogos su obra para que eligieran algún poema afín a las intenciones de la publicación. "Digamos que hay un 40% de inéditos y un 60% de poemas que no son originales. No hemos querido señalarlo en el libro para no establecer contrastes entre los autores", explica Javier Sánchez Menéndez sobre una colección de versos que "recorre toda la geografía española". A esos escritores de todo el país sólo se les planteó un requisito en su colaboración: que sus poesías "no tuvieran complejidad formal".

"Los poemas no están hechos para niños, pero ellos los pueden entender", apunta otro de los promotores de la idea, Jesús Cotta, quien recuerda que "de pequeño" se emocionaba "leyendo a Machado, Bécquer o Lorca" y por eso sostiene que crear una retórica propia para la infancia es "un error". Igual que un cuento "pierde fuerza con esas versiones que dicen que el lobo fue amenazado con una escopeta en vez de narrar que el cazador lo mató", un poema "con esos adornos de tralarí, tralará" tendrá menos autenticidad. Quizás por eso las piezas que componen este mosaico no ocultan el dolor del mundo: "He preguntado a un pájaro, / sentado en una rama de un almendro, / por qué estaba silencioso; / pero me hizo señal de que no hablase. / Había allí, a su sombra, /un gorrioncillo muerto", relata Jiménez Lozano en su poema Coloquio.

Sánchez Menéndez suscribe esta teoría de que no hay que reescribir la poesía para los niños: cree que la mente "tan pura, tan limpia" de un chaval "puede descifrar un poema antes que un adulto". Dos clásicos como Juan Ramón Jiménez y García Lorca respaldan estas impresiones en el prólogo de esta antología. El escritor de Moguer asegura que hay que dar prioridad a la experiencia estética y no importa "que el niño no lo entienda, no lo comprenda todo. Basta que se tome del sentimiento profundo, que se contajie del acento, como se llena de la frescura del agua corriente, del color del sol y la fragancia de los árboles (...) La naturaleza no sabe ocultar nada al niño; él tomará aquello que le convenga, lo que comprenda. Pues lo mismo la poesía". El preámbulo también cita al autor de Poeta en Nueva York: "Cuando a Federico García Lorca le preguntaban algunos lectores qué había querido decir en tal poema con tal imagen que se les antojaba absurda o incomprensible, él respondía: Los niños lo entienden, pero los mayores no".

En Poesía para niños de 4 a 120 años no existen "desesperaciones adultas, ni tristezas irremediables", sino "un poso de esperanza", dice Cotta, para que los lectores primerizos no pierdan ese espíritu. En estas páginas, el adulto vuelve a esa magia secreta de las cosas para reivindicarla. Lo hace Sánchez Rosillo en su emocionante Oír la luz. "Debo decir que cuando yo era niño / y en el campo veía la densa muchedumbre / de estrellas en los cielos del verano, / además de mirar tanto fulgor, / podía oír la luz: se escuchaba allí arriba / como un rumor de enjambre laborioso".

Porque un niño y un poeta, sostiene Cotta, están hermanados en la sorpresa. "En todos los poetas hay un asombro ante el mundo, y el que más se asombra es un niño. La infancia, además, es una etapa en la que uno es más feliz, y piensa que las aspiraciones de belleza se van a cumplir". Esta plenitud perdida hace que muchos de los fragmentos de esta obra conjunta destilen una intensa melancolía. Son muchos los autores que revisitan los primeros años de vida desde la sacudida de la añoranza. Conmueve el paisaje descrito por el sevillano Fernando Ortiz en La calle: "El temblor de las luces, el vuelo de los pájaros... / El hombre del canasto que vende golosinas, / y la chiquillería, y el temible mendigo... /¿Qué misterio gozoso encerraban las calles, / las plazas, los jardines, los coches de caballos, / los raros automóviles? ¿Qué misterio encerraban, / cual bazares de Oriente, las tiendas de mi barrio? / Qué milagro la vida que estaba allí, en la calle".

Así, desde la sencillez y la emoción, Poesía para niños de 4 a 120 años se marca como propósito "enseñar que el lenguaje es una fuente de belleza y de disfrute".

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