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Cultura

La infancia sepultada

  • El belga Fabrice Murgia reflexiona en la sala B del Central sobre las "nuevas formas de soledad" con una obra que su autor define como "una experiencia"

Una imagen de la obra.

Una imagen de la obra. / Cici Olsson

Fabrice Murgia (Verviers, Bélgica, 1983) está considerado hoy como uno de los talentos más celebrados de la nueva escena europea -es director del Teatro Nacional de Bruselas y entre otros reconocimientos cuenta con un León de Plata de la Bienal de Venecia-, pero hubo un tiempo en el que trabajaba como actor de series de televisión, "de televisión basura", admite, mientras anhelaba contar sus propias historias, una etapa de confusión a la que contribuyó haber tenido un hijo con apenas 22 años y sentirse "perdido entre el adolescente que había sido hacía poco y el joven adulto que debe asumir sus responsabilidades". De ese momento vital surgió La tristeza de los ogros, la pieza que se representa hoy y mañana (20:00) en la Sala B del Teatro Central, una obra sobre "el día en que los niños dejan de ser niños" y en la que Murgia retrata la orfandad que causa la pérdida de la inocencia.

El dramaturgo y director entrecruza su propia experiencia personal y los trastornos de su primera juventud con algunos sucesos reales que ocurrieron en 2006, como la historia de Bastian Bosse, un chaval que a los 18 años regresó a su instituto con la intención de causar una masacre, y de Natascha Kampusch, que ese 2006 se liberó de su secuestrador tras un largo cautiverio. Con el testimonio que dejó el primero en su blog y las declaraciones de la segunda en las entrevistas que concedió, el autor recrea el estupor con que su generación vivió aquellos hechos. "Fue como si de un día para otro el mundo cambiara", rememora Murgia, que en su creación analiza cómo los medios se lanzaron con una asombrosa falta de escrúpulos sobre aquel material. "Nos enseñaron que se podía coger la realidad y ficcionarla para hacer audiencia". Una premisa que resulta tristemente familiar para el público español: para la adaptación al castellano que firma Borja Ortiz de Gondra se tuvo como referencia el despliegue informativo en torno al crimen de Alcàsser.

En La tristeza de los ogros, Murgia apunta a una conclusión dolorosa, "que en el fondo nos gusta que nuestro vecino haya matado a alguien y nosotros no; eso nos reconforta, nos decimos así: yo soy normal, el otro no. Trabajamos desde esa idea", dice. Por el espectáculo también asoma otro tema, añade el dramaturgo, el de las "nuevas formas de soledad, este tiempo en el que estamos rodeados de pantallas y en el que los jóvenes están más conectados pero también más solos que nunca", asegura.

Su trabajo, no obstante, es "difícil de explicar", reconoce Murgia, y "no tiene ninguna teoría, tan sólo preguntas". Al creador belga le gusta definir su teatro como una "experiencia", en la que los vídeos, los sonidos y las luces contribuyen con los actores -aquí Nacho Sánchez, Olivia Delcán y Andrea de San Juan- a dar intensidad al relato. "Me preguntan mucho por cómo utilizo esos recursos, pero no tengo nada reflexionado al respecto. Yo simplemente cojo las herramientas de mi época", argumenta.

Estrenada en 2009, La tristeza de los ogros supuso toda una llamada de atención en el teatro belga, donde la crítica se rindió a una "fábula terrible" sobre el malestar social sin "juicios ni moralina". "Fui muy afortunado porque gracias a esta obra me hicieron artista asociado del Teatro Nacional de Bruselas [institución que dirige desde 2016], donde he hecho diez espectáculos. Y sé que eso es tener suerte, porque un director es como un pintor, que si le dan tela y practica puede ser bueno en lo que hace", valora Murgia. Tras aquel estreno, el dramaturgo seguiría la misma estela "durante seis o siete montajes, en las siguientes creaciones que hice", y ahora detecta un giro en su producción hacia "propuestas más musicales".

Murgia, que prepara una obra sobre Sylvia Plath "y las mujeres en la literatura, que tendrá a 25 personas en escena" y continuará con Ghost Road, un proyecto sobre ciudades abandonadas, siente como una "reparación" su visita a Sevilla. "Mis padres pertenecen a esa diáspora de gente que en los 60 y 70 dejó España, bien por oposición a la dictadura o por motivos laborales. Mi abuela era de Villaviciosa de Córdoba, mañana [por hoy] vendrá familia a ver la obra, y por todo ello me emociona mucho estar aquí".

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