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"Somos una institución de España"

  • Tras su paso por la Bienal de 2010 junto a Peret y Kiko Veneno, el emblemático grupo de rumba 'setentera' llega esta noche a la sala Luxuria para ofrecer de nuevo su batería de grandes éxitos

"Pues qué repertorio vamos a llevar, hombre, el de siempre, chichero puro, las canciones que nos pide la gente, y lo que pide la gente, para no equivocarse, es lo que hay que darle a la gente", exclama Emilio González Gabarre antes de comenzar a recitar de carrerilla y casi sin tomar aliento títulos: Mujer cruel, Ni más ni menos, La historia de Juan Castillo, y títulos: Son ilusiones, Amor y ruleta, Quiero ser libre, y más títulos: Bailarás con alegría, El Vaquilla, Amor de compra y venta, de canciones que sonarán hoy con toda seguridad, ya lo ven, en la sala Luxuria, antigua Malandar: "¡Ay, muchacho!", dice tras una ronca y perentoria carcajada, "¡que tiene bueno hasta el nombre!".

Formado hace 40 años en Madrid por él mismo, su hermano Julio y Juan Antonio Jiménez Muñoz, más conocido como Jero, o -Estopa mediante- El del medio de Los Chichos, el grupo se hizo hace mucho, mucho tiempo, con un lugar en la memoria sentimental colectiva de un país y un tiempo llenos de descampados inhóspitos, chabolismo estoico y gasolineras heroicas, historias más bien truculentas, con frecuencia rematadas con sangre o cárcel, envueltas sin embargo en una música alegre y de ritmo contagioso, esa rumba de orgullo marginal que entre finales de los 70 y principios de los 80 sirvió como plataforma para los particulares cantares de gesta de los extrarradios urbanos, crónicas urgentes y turbias, incorrectas por descontado, que se erigieron en la cara B del relato épico -o rosa, como diría Javier Cercas- de la Transición.

Hace años, a comienzos de la pasada década, los madrileños, ya con Emilio González Junior plenamente integrado en el grupo, realizaron algunos tímidos intentos de reinventarse, sin dejar de aferrarse a los códigos y al sonido del género, pero adoptando un tono más comedido en las letras, que se volvieron algo más blancas, más profilácticas. No acabó de funcionar y desde entonces, como diría aquél, los experimentos, con gaseosa. "Al público le gustan nuestras letras de toda la vida. La gente quiere Los Chichos, tenemos nuestra línea... Sí, hemos intentado hacer cosas fuera de eso y la gente se ha quejado, así que eso es lo que hay: vuelta a las raíces", dice Emilio González al otro lado del teléfono, que tiende a impacientarse cuando se le invita a hacer ejercicio de memoria, a reconstruir sumariamente el recorrido que los llevó de la pobreza, de actuar en galas exclusivas para los señoritos de sus padres, en prostíbulos y locales de atmósfera poco propicia para "los creadores", como les gusta definirse, a no hacerse ricos, dice, pero al menos sí a ganarse la vida de manera holgada y finalmente, apostilla orgulloso y categórico, a convertirse en "historia de España, en una institución de España".

"La gente conoce ya nuestra trayectoria. Somos Los Chichos. Yo lo que quiero es que vengan a vernos los sevillanos, ¿eh?, eso es lo que tiene que quedar claro. Ha habido alegrías y ha habido penas, ¿no? Pero más alegrías que penas. Yo me lo he pasado muy bien, he disfrutado", afirma el cantante y guitarrista, que prefiere no detenerse ni un segundo en los aspectos duros y hasta trágicos del grupo -la sombra de Jero-, como tampoco en el origen de algunas asperezas de su imaginario, como los delincuentes bondadosos o las adicciones jaleadas. "Están nuestras letras, nuestro arte, nuestra simpatía", continúa cuando se le pregunta por las claves de esa transmisión generacional de su obra de la que tan satisfecho se siente: "Te pone muy contento que ahora te escuchen los hijos de los que te escuchaban hace 40 años, eso es un orgullo y un placer".

El secreto de esa longevidad, asegura, es muy sencillo: "Las canciones de Los Chichos son canciones que cuentan historias que le pasan a cualquier persona. Son hechos reales. Y aparte nosotros éramos jovenes y guapos, llevábamos esos pantalones de campana, teníamos un aire un poco hippie para la época. Mira, por hablar sólo de eso, en flamenco hay tres personas: Paco de Lucía con la guitarra, Camarón cantando y Los Chichos haciendo rumba. Cómo te vas a cansar entonces de hacer ese repertorio, de eso no te cansas porque además gusta". Y está, tambien, el cariño. No sólo el de Estopa -"somos sus papis"- o el de Alejandro Sanz y Manolo García, para quienes Los Chichos, según el músico, son también en cierto modo tutores. "Conozco a todos los artistas de España. Con Serrat y Sabina hemos colaborado, y nos quieren. Pero vamos, que nosotros con todos nos llevamos bien".

Décadas de carretera, conciertos y fiestas noctámbulas dan para muchas anécdotas: "Bueno, no lo sabes tú... ¡Tantas y tantas!". Casualmente o no, en una entrañable dinámica de yin-yang, en todas las que recuerda ahora irrumpe una pareja de guardias civiles. "Es que buscaban donde no había", explica elusivamente. "Una vez, en Despeñaperros, va y nos para una patrulla. Y se ponen a registrar a mi hermano. Y al final nada, porque es que por mucho que se empeñaban no le iban a encontrar nada. Total, al final nos tomamos el café juntos y todo. Y hoy en la Guardia Civil y la Policía nos conocen todos, y hay algunos que son un poquito así porque quieren hacer méritos, pero los hay muy buena gente, hombre, ellos también son seres humanos".

"Bueno", recuerda antes de dar repentinamente por terminada la charla, "ya dejas tú esto luego bien escrito". "La dirección de la sala la sabes, ¿no? Pon eso: que tocamos en Sevilla, eso es lo importante, que vaya el pueblo sevillano, ¡que no nos defraude!".

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