Cultura

La intimidad de catorce cuerdas

En el panorama de la Música Antigua sevillana, desde hace años, Juan Carlos Rivera juega un papel de protagonismo esencial. No sólo como intérprete de instrumentos de cuerda pulsada, sino como formador de varias promociones de músicos, como instigador de la formación de agrupaciones como Armoniosi Concerti y como investigador, faceta esta última que le ha llevado hace poco a recuperar una zarzuela barroca (Hasta lo insensible adora, de Antonio Literes). A solo, en grupo o como acompañante de la voz, Rivera es por méritos propios uno de nuestros capitales culturales más sólidos y rentables.

En su inquietud y su búsqueda de nuevas vías expresivas, hace unos años abordó la tarea de volcar sobre el lenguaje de la tiorba algunas de las suites para chelo de Johann Sebastian Bach. No se trata de una simple transcripción, sino de una auténtica reescritura que, respetando el original, consiga sonar como si hubiese nacido para el instrumento de las catorce cuerdas. El resultado es impresionante, pues convierte la armonía sub intellecta pensada para un instrumento melódico en un denso tejido contrapuntístico a base de acordes, arpegios y líneas complementarias que suponen, además, todo un reto para el intérprete por su densidad.

Hacía tiempo que Rivera no volvía sobre esta música y se notó en algunos momentos de pulsación poco clara, roces y hasta algún ataque en falso (inicio del Prélude de la BWV 1009).

Una de las señas de identidad del Rivera intérprete es su sobriedad expresiva, su respeto a ultranza a lo escrito y su comedimiento a la hora de añadir ornamentaciones o de permitirse licencias con el tempo y con el ritmo. A cambio, su fraseo es de una delicadeza y de una atención a los detalles inigualables. Se escuchan con claridad cristalina todas y cada una de las voces y de las líneas melódicas, con un bajo siempre perceptible y bien individualizado. En la Suite de Robert de Visée, especialmente en el preludio y en la alemanda, se recreó en un fraseo reposado, trascendente, de manera que la música respirase, se tomase su tiempo, con esos silencios tan expresivos y esa sensacional manera de dejar colgados los sonidos en el aire. La profundización en la Sarabande llegó de la mano de una lectura detallista al máximo, delicada y poética, un derroche de gradación en las dinámicas. Lo mismo sucedió en la Sarabande de la BWV 1009, intensa y emocionante. Quizá hubiese sido mejor remarcar más el ritmo en las Bourrées y optar por ataques más enérgicos en la Giga.

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