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Sobre la intimidad del mundo

  • Esta selección de ensayos, realizada en su momento por Auden, ofrece una nueva oportunidad para releer al siempre lúcido y brillante Chesterton

El narrador, poeta, dramaturgo, filósofo y periodista inglés G. K. Chesterton (Londres, 1874-Beaconsfield, 1936).

El narrador, poeta, dramaturgo, filósofo y periodista inglés G. K. Chesterton (Londres, 1874-Beaconsfield, 1936).

En el Préambulo a estos ensayos, Auden destaca tres cualidades de Chesterton, que si bien acotan a la literatura de este autor, ciñéndola a determinados rasgos y predilecciones, también señalan el propio concepto que Auden tuvo de su oficio. Así, una primera cualidad, en absoluto elogiosa, es el antisemitismo que Auden encuentra en Chesterton (un antisemitismo vago, difuso, de naturaleza romántica), y que cabría incardinar en esa categoría mayor del entresiglo, el Orientalismo, que en Chesterton tiene singular importancia. No es casualidad, por otra parte, que Auden sea sensible a este tipo de automatismos perniciosos, larvados en los pliegues culturales de su época. El propio Auden, dada su condición de homosexual vergonzante, debió conocer algo de la persecución y el oprobio que, de modo mayúsculo e inconcebible, afligió a los judíos durante el XX. En cualquier caso, al indicar esta falla, esa debilidad de Chesterton, Auden no hace sino evidenciar una parte menor de su arboladura intelectual, necesaria, no obstante, para alumbrar y penetrar en la singularidad de su obra.

Como digo, estrechamente vinculado con esa concepción aciaga de lo hebraico, está la intimidad con los mitos, con el orbe mitológico, que distingue a Chesterton. Y entiéndase mitológico en un sentido lato, ya que a los mitos propiamente dichos, Chesterton añade una aguda percepción de lo sagrado y lo fantástico que debe asociarse a ellos. Como señala Auden, Chesterton pertenece a esa parte de la intelectualidad europea que, desde Frazer y Vàmvéry, quiso iluminar el pensamiento arcaico y su indudable matriz religiosa; también a esa distinguida rama de los historiadores que, como Huizinga, deshicieron aquel prejuicio romántico que adjudicaba al Medievo una oscuridad, un carácter bárbaro, hoy insostenible, pero que sólo a partir de Verlaine, y del modernismo en general, empezará a considerarse una época refinada, acaso crepuscular, pero henchida de una luz -de una luz de otro mundo, si hemos de hacer caso a De Bruyne-, en la que Chesterton se abismará por medio de dos figuras extraordinarias: Chaucer y San Francisco, el Poverello de Asís.

Sin embargo, Chesterton deplora todo este esfuerzo científico por indagar en El otoño de la Edad Media (Huizinga) y la nutrida mitología que lo atraviesa. O para ser más exactos, Chesterton deplora el modo científico de acercarse a una realidad inefable. Como se ve, Chesterton sucumbe así a otra prevención romántica que encontraba en la Ilustración una huella liofilizada, el cadáver exhausto de la realidad, pero nunca la realidad misma, de naturaleza poética. No obstante, y a muchas décadas de distancia, es fácil encontrar una radical hermandad entre las felices intuiciones de Chesterton y la obra de Le Goff y Eliade, con las diferencias de rigor que cabe imaginar entre un investigador y un diletante. Un diletante de extraordinaria perspicacia, sin duda; pero un aficionado, al cabo, a cuyo refinamiento espiritual le debemos la aproximación a un mundo en brumas: ese mundo simbólico y ferviente, de adusta materialidad, que dio las catedrales y la caballería, pero también la alta inteligencia de San Isidoro, de Abelardo, de Tomás de Aquino, de San Bernardo de Claraval, y todo entrelazado por el misterioso yugo de la fe.

Lo cual nos lleva a la última cualidad señalada por Auden, y que es válida para Auden mismo. Según el poeta, Chesterton tiene una notabilísima pericia crítica, que sabe deslindar vida y obra, sin que una y otra se excluyan. Con esto, Chesterton se alejaba de aquel biografismo decimonónico que lo fiaba todo a la peripecia vital. Pero también de una crítica formal que excluye al hombre, al hombre particular, de su obra artística. En Chesterton, pues, se resume un vasto istmo que atañe a Auden y explica una parte sustancial de la literatura del XIX-XX: el istmo de lo imaginativo, de lo mítico, de lo maravilloso, que ya había señalado Addison en el XVIII, pero que en Chesterton adquieren la melancólica cordialidad de quien sabe a su siglo cegado por el materialismo.

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