Crítica de Música

Un italiano en Sevilla

La denominación "música antigua" es un cajón de sastre que contiene docenas de repertorios diversos, de verdaderos micromundos musicales. Las 555 sonatas de Domenico Scarlatti constituyen por sí solas uno de ellos, y probablemente muchas se compusieran durante los cuatro años pasados en Sevilla por Scarlatti, ya al servicio de Bárbara de Braganza.

De nuestro folclore tomó el napolitano rasgos como los cambios de modo y ritmo de la sonata K 519, que Andrés Alberto Gómez tocó con la misma desenvoltura que el resto de su recital. Tras abrirlo con un preludio arpegiado de composición propia y estilo neobachiano, el albaceteño supo mostrarnos la amplia paleta de emociones scarlattianas, de la ternura de la sonata 213 a la ligereza casi frívola de la 151 o el jugueteo de la 435, pasando por la densidad de la fuga en re menor. Gómez usó con inteligencia y variedad el mejor recurso de su instrumento, la articulación -la separación, unión o prolongación de las sucesivas notas de la melodía-, para lograr un discurso musical nítido, bien dicho y muy comprensible, pero sin perder la expresividad del buen legato; con más comedimiento usó el rubato y las oscilaciones del tempo. Las importantes dificultades técnicas de un repertorio virtuoso, muy específico para el teclado y a veces de tempo exigente, fueron resueltas con notable limpieza, aunque no absoluta: es el clave un instrumento muy chivato.

El concierto fue redondeado, como propina, con la primera de las Variaciones Goldberg, obra grabada hace pocos años y tocada un día antes en Madrid por un Gómez que, en suma, demostró por qué es uno de los clavecinistas más reputados de España.

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