Arte

La libertad de hacer arte

El arte contemporáneo toma recursos de la modernidad artística y se los apropia con entera libertad. Así lo hace Garikoitz Cuevas (Sanlúcar de Barrameda, 1968) con dos hallazgos del arte moderno, el collage y una forma de titular el cuadro que no es referencial: el título no describe, no resume el cuadro, parece más bien un breve poema que se contrapone a la otra poética, la visual, contenida en el lienzo.

El collage, como se sabe, fue un recurso de excepcional importancia en el cubismo. Los cubistas aspiraban a una pintura que construyera las relaciones espaciales que un objeto mantiene con su entorno. Pero al multiplicar estas relaciones, el objeto (la figura humana, el paisaje o el bodegón) se desvanecía. Ésta fue una de las razones para incorporar al cuadro objetos reales (un anuncio o un trozo de mantel de hule). Así, la carga conceptual del cuadro se mantenía vinculada a la experiencia cotidiana. Pero el collage tenía más posibilidades. Si el cubismo encontró en él un medio para unir arte y vida, artistas europeos, mediado siglo XX, vieron en el collage un modo de reflexionar sobre la experiencia dividida y precaria de nuestra época: una experiencia formada, querámoslo o no, por el anuncio, el cartel o el fotograma que se multiplican y suceden vertiginosamente. De ahí que críticos como Buchloh subrayen la importancia de los décollagistes, el francés Villeglé o el italiano Rotella: invirtieron el collage e idearon la estética del cartel arrancado, tan frecuente en nuestras ciudades, mostrando así los continuos y confusos estratos de nuestra experiencia.

Cuevas se apropia de este concepto del collage/décollage y lo lleva a la pintura. Sobre un lienzo pintado pega otros que pinta sucesivamente y después va desprendiéndolos en fragmentos: el efecto de esta construcción/destrucción es el cuadro. Digamos de entrada que el resultado es visualmente excelente. Cuevas conoce bien qué es el color, qué relaciones guarda con la luz, cómo funcionan los contrastes, las texturas y la materia. Como poseen además un buen ritmo, sus cuadros se antojan pequeñas sinfonías de color. Pero las obras de Cuevas sugieren algo más: son un homenaje a la sensibilidad pero también un interrogante para el pensamiento: ¿es el arte una sucesión de modelos tocados fatalmente por el tiempo, un desfile de imágenes del que sólo guardamos, al final, fragmentos? ¿Es la pintura hoy sólo un recuerdo de cuanto fue?

Ideas que adquieren más consistencia cuando se conocen los títulos de los cuadros: Luceros al mediodía, Metamorfosis de la inocencia o Aparición submarina. Este modo de concebir el título, iniciado por Duchamp en el ciclo de La Novia (1912: casi a la vez que la invención del collage), fue más tarde desarrollado por los surrealistas. Para Duchamp, el cuadro debía estimular el pensamiento; los surrealistas (como Magritte) querían que despertara la fantasía oculta: por eso situaban al espectador en una tierra de nadie entre la imagen y la palabra. Cuevas recoge este legado quizá para desprender al espectador de los prosaicos usos del lenguaje de nuestro tiempo, quizá para sugerir que hoy apenas es posible disfrutar de la pintura salvo como pasado.

El arte contemporáneo, como dije antes, toma recursos de la tradición artística para desarrollarlos libremente. Nunca, hasta hoy, el arte tuvo tanta libertad. Algunos la temen y, argumentando, preguntan si hoy en arte todo vale. La respuesta es que sí, y que eso dificulta las cosas, porque sin ideas propias y sin voluntad de construir un mundo propio, no es posible hacer arte. La libertad nunca es fácil. Afortunadamente Garikoitz Cuevas lo sabe y actúa en consecuencia.

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