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Cultura

Dos maneras de mirar hacia atrás

Concierto de apertura del curso de la Universidad de Sevilla. Programa: Serenata, op. 7, en Mi bemol mayor para instrumentos de viento, de R. Strauss; Sinfonía concertante KV 364, en Mi bemol mayor, para violín, viola y orquesta, de W. A. Mozart; 'Metamorphosen' para 23 instrumentos de cuerda, de R. Strauss. Violín solista y concertino-director: Eric Crambes. Viola: Michael Leiffer. Lugar: Auditorio ETS Ingeniería. Fecha: Viernes, 11 de octubre. Aforo: Cai lleno.

Hay cosas que por mucho que pase el tiempo parece que nunca cambiarán, por desgracia, y una de ellas me temo que será el ritual habitual de los conciertos de apertura de curso de la HIspalense: desorganización en la entrada, retraso en el comienzo, programas de mano en los que ni el nombre de los músicos se reseña, comunidad universitaria que aún no sabe cuándo no se debe aplaudir, sistema de climatización ruidoso... Es el resultado de una universidad que vive en su docencia una casi total ausencia del hecho musical.

A pesar de todos estos obstáculos, el concierto de anoche fue de un elevado interés, bien fuese por las obras programadas, bien fuese por algunas de las interpretaciones. Dos obras de Richard Strauss enmarcaron la velada, dos formas distintas de dirigir la mirada hacia el pasado y la tadición. La juvenil serenata para vientos es un claro homenaje a la estética clasicista y la harmonienmusik vienesa de tiempos de Mozart. Las secciones más sólidas y brillantes de la Sinfónica se hicieron cargo de dotar de esa pátina de dorada nostalgia amable que destila la pieza mediante una exposición sumamente poética y delicada del primer tema, ataques suaves y muy matizados y un notable empaste que permitía gozar con un sonido cálido y ensoñador, desde las maderas a unas estupendas trompas.

En el otro extremo, el grito desesperado y aterrorizado de un Strauss al borde de la vida que contempla la destrucción de Alemania en 1945 y, con ella, de todo un mundo. Metamorphosen es una obra que nunca deja sin tocar las más profundas fibras de la emoción, con ese acuciante ostinato formado por seis o siete notas de la marcha fúnebre de la Eroica y sus arrebatos de dolor. Valgan las lágrimas de algunas intérpretes al final como prueba. Con todo, la versión quedó algo por debajo de lo esperable: la primera sección fue demasiado lenta, el sonido de los chelos y violas carecía de homogeneidad y al fraseo le faltó algo de incisividad, como sí la tuvo en la sección cental, mucho más perfilada.

Crambes y Leiffer demostraron ser unos magníficos solistas con la sinfonía concertante de Mozart, en la que al brillo del violín se le añadió la tersura y la riqueza de colores de la viola. Salvo en la introducción del Andante (algo mecánica y sin empaste), la versión estuvo llena de agilidad.

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