Festival de jerez Programación del Villamarta

Los mejores guardianes del flamenco

Hay veces que los árboles, aunque en principio pudiera pensarse lo contrario, dejan ver nítidamente el bosque. La densidad de la propuesta que Dospormedio & Cía., capitaneada por Rafael Estévez y Nani Paños, ofreció el lunes por la noche en el Teatro Villamarta con Flamenco XXI: ópera, café y puro pudo, a priori, jugar en su contra, pero ahí precisamente, en salvar su propia ambición de partida, residió la grandeza de un espectáculo cuya narración resultó una auténtica gozada para el espectador y un portento de coherencia e inventiva, algo tan escaso en el arte contemporáneo. Pero es que Dospormedio, Estévez y Paños, hacen ARTE, con mayúsculas, el arte que ni se compra ni se vende. Arte sincero hecho para el disfrute personal, empezando por ellos mismos.

Esta vez, se basaron en un homenaje coral centrado en el rico y vasto patrimonio del flamenco para acercar al público el legado y testimonio de vacas sagradas como fueron Silverio, Manolo Caracol, Niña de los Peines, Carmen Amaya, Ramón Montoya... Desde el conocimiento y el respeto más absolutos, catorce bailarines, con invitados estelares como Antonio Ruz y Concha Jareño, exhibieron un sinfín de coreografías en las que lejos de emular a los más grandes se dedicaron a volcar sobre el escenario toda la información que les ha llegado sobre los artistas de los siglos XIX y XX desde su propio lenguaje, acorde a los tiempos que corren.

Un minucioso trabajo que Rafael Estévez ha venido desarrollado desde quince años atrás basado en una exhaustiva recopilación de grabaciones y registros sonoros que retrotraen a los grandes de la historia del arte jondo. Esta búsqueda y estos sorprendentes hallazgos han propiciado que las voces de Antonio Mairena, Vallejo, La Niña, Tomás y Pepe Marchena -cual coral polifónica por toná- anunciaran el café cantante como el único reducto en el que se invitaba a olvidar, por ejemplo, el desastre de Cuba. España allí lo perdió casi todo, menos su espíritu. Y en dicho café, bajo una puesta en escena minimalista, los bailarines y bailarinas evocaron a los artistas de la época con tics de su anterior obra, Muñecas, otra delicia en la que reflexionaban sobre el ser humano y su lugar en el mundo.

Con los peinados de época, las bailarinas rodearon a Laura Rozalén para que ésta rindiera su particular tributo a La Macarrona y otras tantas bailaoras de entonces. Desde una estética con tintes futurista pero que hundió su raíz en lo añejo, dejaron patente que hace 200 años las mujeres subrayaban su lado más femenino y pasaban por alto la técnica. Primaba más unas gotas de sensualidad, la esencia, la sugerencia, que lo explícito. Poco a poco, como si se les agotara la batería y tras arrancar la sonrisa del público aplaudieron sin hacer sonar las palmas, quedaron estáticas como un tiempo que ya se fue y no volverá.

Punto y aparte fue la coreografía dedicada al Rock encounter de Sabicas con Joe Beck, una experiencia impactante y atronadora que consiguió levantar una vez más al público de sus butacas. Esta pieza junto a la farruca y la sucesión de zambras -De Morita, mora a Rosa venenosa- fue un homenaje a los que se atrevieron a fusionar muchas décadas antes de que nacieran los que hoy se autoproclaman vanguardistas.

El ensayo sobre el fuego inspirado en El amor brujo de Falla fue otra danza muy lograda, así como los momentos más flamencos protagonizados en la soleá, la caña, el fandangazo por soleá de Vallejo, la taranta, la asturiana... Mención aparte merecen las puntas de lanza de la compañía. Estévez y Paños, pura química y conexión en el escenario, permanecieron equilibrados y dando su sitio a todos los miembros de este milagro de sociedad dancística de la que ya esperamos con impaciencia un nuevo paso adelante, una nueva invitación al deleite y al disfrute por el disfrute.

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