Literatura

Un minué de entreguerras

  • Lumen publica 'Un cadáver para Harriet Vane' (1932), novela policial de un humor raudo, leve e incruento, obra de la célebre escritora británica Dorothy L. Sayers

Al escribir estas páginas, Dorothy Sayers no podía ignorar que estaba escribiendo sobre la confortable espalda, sobre el cadáver yacente del pasado. Tres años antes (1929), Dashiell Hammett acaba de publicar Cosecha roja, lo cual significa que las novelas de misterio, los crímenes ingeniosos en mitad de la campiña inglesa, han dado paso al crimen impersonal, masivo, suburbano, que crece en la gran ciudad a orillas del Pacífico. Cernuda, en su ajustado prólogo a la obra, sitúa la literatura de Hammett por encima de Heminway y Faulkner, y no sólo por su capacidad para entretener y fascinar al lector, pero también por la enorme trepidación humana y la veracidad electrizante de sus personajes. Así pues, el crimen como mecano, como resolución parcelada y manejable, daba paso al vasto imperio de las mafias, y a la multitud silente que atraviesa, en la noche, los cuadros de Edward Hopper.

Ahora bien, que Sayers se inscribiera en la tradición de Poe, de Conan Doyle, de Agatha Christie, no quiere decir que sus talentos desmerezcan nuestro menguado juicio. Simplemente, significa que el bulto de la Historia, que el rodar de los tiempos, circulaba ya por otras arboledas. Sayers ejecutó con pericia una novela sinuosa, hermética, desconcertante, a lo cual le añadía un humor benevolente, castamente malicioso, muy en la línea de Evelyn Waugh y la ironía británica de primeros del XX. Por contra, lo que entonces era espíritu retardario, afincamiento en la tradición, hoy nos permite conocer los suaves parajes y la luz ambarina de los locos años 20. Así pues, a los valores puramente literarios (el humor, la desenvoltura, la frívola viveza de la narración), vienen a sumarse hoy valores de raíz histórica: aquéllos que nos permiten intuir el tranquilo esplendor de una época de balnearios, clubs y trajes a medida. Goethe, un Goethe cerebral y pesimista, escribe al comienzo de su Fausto: "Los siglos que han pasado son para nosotros libros sellados siete veces". Sin embargo, es a través de la literatura, de los variados testimonios de toda laya, como podemos hacernos una idea, todo lo somera e imperfecta que se quiera, pero idea después de todo, de aquel mundo de entreguerras, que daría paso, en breve tiempo, a la luz pavorosa y el rastro fantasmal de los reflectores anti-aéreos.

Naturalmente, el protagonista de esta novela, lord Peter Wimsey, se había destacado heroicamente en la Grand Guerre, y de ahí le viene el espíritu arrojado, caballeroso, deportivo, que despliega en sus indagaciones y pesquisas (Raymond Chandler, que sí fue oficial de la Gran Guerra, quizá debiera su alcoholismo, como cuenta Robert Graves en Adiós a todo eso, al recuerdo de la carnicería incesante en las trincheras). Decía que lord Wimsey tiene un sentido épico y elástico del mundo, así como su partenaire en el misterio, Harriet Vane, chica brillante, arisca y desenvuelta, en tanto el héroe de la novela negra, el futuro protagonista del género policiaco, ha derivado ya a la zona umbría del anti-héroe. El sabueso de ciudad (Londres, ay, ya no era la gran metrópoli del globo), el investigador del siglo XX, no puede permitirse la inocencia. Y éste es el valor, una bondad aristocrática y una tenacidad incruenta, que habita en las novelas de Dorothy L. Sayers, sin duda en mayor grado que en su compatriota Agatha Christie. En Christie, la capacidad sintáctica y el sentido del humor tienen una existencia precaria, mientras que en la dulce y maliciosa Sayers, lo que brilla, quizá por última vez, es una paz humana dormida en el paisaje y la dorada calma de la tarde. Vista, eso sí, desde un descapotable.

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