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Cultura

Una mirada a la labor humanitaria de España durante la Gran Guerra

  • Jorge Díaz recrea en 'Cartas a Palacio' una oficina que salvó a presos de los dos bandos del conflicto

Un día, viendo un documental sobre la ayuda humanitaria que había impulsado "un personaje tan controvertido" como Alfonso XIII durante la Primera Guerra Mundial, el escritor y guionista Jorge Díaz comprendió que ahí se escondía un material asombroso para una ficción. Investigó sobre la Oficina Pro-Cautivos, que el monarca puso en marcha para interceder por la vida de prisioneros de ambos bandos del conflicto, y encontró que nadie conocía aquel hecho. "Quizás el nombre de Oficina Pro-Cautivos no ayudaba demasiado, sin duda otro como el de Cruz Roja quedaba mejor", bromea el autor, que presentó ayer en Sevilla Cartas a Palacio (Plaza & Janés), reconstrucción de ese proyecto que se mantuvo en funcionamiento hasta 1921 y que logró la repatriación de 70.000 civiles y de 21.000 soldados heridos.

Así, aunque Díaz retrata a Alfonso XIII con los rasgos a los que suele vincularse, como un tipo mujeriego y aficionado a la caza, se muestra indulgente con el rey. "Yo había escrito una novela sobre Durruti [La justicia de los errantes] y en ella había un atentado contra él, o sea que no era precisamente sospechoso de simpatizar con su figura", se justifica. Alfonso XIII, señala el novelista alicantino, tuvo "un reinado complicado, con la guerra de Marruecos, el pistolerismo en Barcelona, la salida del desastre del 98, aunque él no estuviese entonces, la proclamación de la República y el exilio del rey...", enumera sobre los obstáculos que encontró un gobernante que ha acabado "cayéndome bien, me alegro de no haberlo matado en la novela anterior", dice entre risas Díaz, que atribuye el desconocimiento de la labor de la Oficina Pro-Cautivos a "la manía que tenemos de no vendernos bien, de resaltar más lo peor de nosotros que las cosas buenas".

En todo caso, corrige el narrador, Alfonso XIII no es más que el elemento que "más llama la atención" de una narración coral que transcurre entre diversos escenarios de Madrid -desde el Palacio Real hasta la zona marginal de Las Injurias o un bar clandestino para clientes homosexuales de la época-, por la que aparecen también el barrio de Triana y capitales europeas como París, Viena o Berlín, y que tiene como protagonista a Blanca Alerces, hija de un diplomático que por los destinos de su padre habla inglés, francés y alemán, y que es reclutada por la Oficina "en un momento muy especial de su vida, cuando ha renunciado a casarse y busca algo más que ser la esposa de alguien".

Díaz rechaza que se hable de su libro como "una novela sobre la Primera Guerra Mundial" y destaca que en ella hay varias historias de amor. "Soy guionista de televisión [de hecho, ya se prepara la adaptación de Cartas a Palacio para este medio], y cuando me pongo a escribir siempre pienso en el interés que puede tener para el público lo que cuento. Sabía que una historia de amor era fundamental, y quise hacer un triángulo entre Blanca, Álvaro y Manuel, dos aristócratas y un simpatizante anarquista. Quería que hasta la última página no se supiera con quién se va ella. En la composición original acababa con uno, pero mientras la iba escribiendo intuí que ése no era el camino, que se tenía que quedar con el otro", desvela. Entre los idilios que narra Cartas a Palacio están el de Jean-Marie, un pintor francés, con Carmen, una gitana de Triana, y el de Frank Heimer, un espía alemán, con Gonzalo, un periodista del entorno de Blanca Alerces. "Quería meter en la novela lo que pasaba en las trincheras, en la guerra, y para eso utilicé a un alemán y a un francés, pero no quería que fuera el típico alemán malo. Pensé que sería un enfoque interesante que éste fuera homosexual y se enamorara de un español. Pero el francés me despertaba dudas", reconoce. "¿Qué puede hacer que un pintor abandone París, dónde va a encontrar mejor luz y más inspiración que allí? Fue entonces", explica, "cuando pensé en Sevilla".

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