Cultura

Del movimiento y el paisaje del alma

  • El segundo volumen de la 'Historia de la danza' de la editorial Mahali recorre el siglo XX

  • En el libro participan los periodistas sevillanos Marta Carrasco y Alberto García Reyes

En su manifiesto La danza del futuro, de 1903, la legendaria Isadora Duncan auguraba cómo sería la bailarina del mañana, y decía de ella: "De todas las partes de su cuerpo, irradiará la inteligencia, trayendo al mundo el mensaje de los pensamientos y aspiraciones de miles de mujeres. Ella bailará la libertad de la mujer". La coreógrafa estadounidense, considerada la creadora de la danza moderna, reflexionó largamente sobre su oficio y fue de hecho una de las responsables de que el baile, tan menospreciado hasta entonces, alcanzara el rango de lo sublime. Como afirma la investigadora Begoña Olabarria Smith, Duncan y otros coetáneos despojaron a su disciplina del estigma de lo vulgar, para ello la californiana volvía en sus piezas su mirada al mundo clásico o afirmaba "que sus lecturas de cabecera incluían a Nietzsche y a Darwin". Muchos de los intérpretes de aquel momento impartieron conferencias, desarrollaron una faceta didáctica y se rodearon de intelectuales -como apunta Olabarria, Tórtola Valencia bailó en el Círculo de Bellas Artes; los Sacharoff frecuentaban a Kandinski y a los miembros del grupo El Jinete Azul-, y "si la danza era considerada frívola, y en muchos casos obscena, estos artistas hacían lo posible para resultar espirituales y serios".

Esta rebelión contra las ideas preconcebidas de la denominada danza moderna temprana, que incluía una nueva sensibilidad hacia el cuerpo y el movimiento a la que contribuyeron pedagogos como Émile Jaques-Dalcroze, Ted Shawn o Ruth Saint Denis, es uno de los muchos episodios que recrea el segundo volumen de Historia de la danza, un tomo que publica Mahali Ediciones y que recorre el siglo XX de la mano de distintos especialistas, entre ellos los periodistas sevillanos Marta Carrasco y Alberto García Reyes, que en un capítulo reconstruyen los orígenes y la historia del flamenco.

Este nuevo libro aparece para arrojar luz a un ámbito en el que, lamenta Carrasco, no se han detenido los programas educativos -"se estudia la historia del arte o de la música, pero no la de la danza"- y existe "poca bibliografía, sobre todo faltan manuales", opina esta crítica de danza e integrante de la Academia de las Artes Escénicas de España, que subraya la aportación a la sociedad de la disciplina más allá del placer estético. "Ayudó, por ejemplo, a la liberación de la mujer. Cuando gente como Mary Wigman o Isadora Duncan empezaban, las bailarinas eran vistas casi como prostitutas, y eso va cambiando gracias a ellas", señala Carrasco. Para la también docente, "no se entiende la danza actual sin las vanguardias alemanas, sin lo que se hizo en las primeras décadas del siglo XX. El bailarín tiene que saber por qué baila así, igual que el pintor sabe qué precede a su trabajo".

Las páginas de Historia de la danza. Volumen II. El siglo XX recuerdan así episodios como la sacudida que supuso la danza expresionista, registro donde destacaron junto a la citada Wigman Hanya Holm o tiempo más tarde Pina Bausch; la breve pero intensa vida de los Ballets Suecos; la consolidación del sector en Inglaterra durante la Segunda Guerra Mundial, cuando el Council for the Encouragement of Music and the Arts que dirigía John Maynard Keynes promovía la apertura de los teatros para subir la moral de los ciudadanos y brillaron intérpretes como Margot Fonteyn, Ninette de Valois o Frederick Ashton; o la profunda huella que dejaron los creadores de la danza moderna americana, como Martha Graham, Doris Humphrey o Merce Cunnigham. "Los descubrimientos científicos más brillantes cambiarán con el tiempo y quizás queden desfasados", aseguraba Graham. "Pero el arte es eterno, porque descubre y muestra el paisaje interior, que es el alma humana".

En los diferentes capítulos se suceden personajes asombrosos como Serguei Diaghilev, el empresario que fundó los Ballets Rusos que deslumbraron a intelectuales como Picasso y Cocteau y donde se revelaron grandes figuras como Pávlova o Nijinsky; o el celebrado Maurice Béjart, al que marcaría el pensamiento de su padre, un filósofo especializado en Oriente, y la temprana muerte de la madre. Para la especialista Ester Vendrell,"ello confirió a la danza ese carácter de ritual y de comunión entre los hombres y las culturas, al mismo tiempo que la capacidad de tratar con profundidad temáticas universales".

En su repaso por el flamenco, Carrasco -que ya participó en el primer volumen con un estudio de la Escuela Bolera- y García Reyes viajan de las primeras referencias del jondo a las últimas propuestas de Israel Galván o Rocío Molina, un completo aunque breve recorrido en el que sobresalen los perfiles legendarios de Pastora Imperio, La Argentina, Carmen Amaya o Antonio Gades.

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