Patricia Almarcegui. profesora y escritora

"Las mujeres tienen hoy en Irán una importante oportunidad histórica"

  • Publica 'Escuchar Irán', la crónica de un viaje de siete semanas que la autora realizó en solitario al país persa en 2005. El libro cuestiona muchos de los prejuicios sobre la sociedad iraní

Patricia Almarcegui en la Fundación Tres Culturas del Mediterráneo.

Patricia Almarcegui en la Fundación Tres Culturas del Mediterráneo. / juan carlos muñoz

A Patricia Almarcegui (Zaragoza, 1969) le puede ocurrir que entiende mejor la realidad si entre medias hay un libro. Esta mujer parece tocada por la necesidad de escribir para fijarse mejor en el mundo. Las palabras, probablemente, son su toma de tierra. Así le pasó con Irán, país que visitó en solitario durante siete semanas en 2005: Teherán, Shiraz, Kermán, Yazd, Kashan, Mashad, Nishapur... La experiencia quedó plasmada en dos diarios que ahora ven la luz en el libro Escuchar Irán (Newscastle Ediciones, 2016). Viajar es también contarlo.

-¿Qué nos dice Irán si nos paramos a escucharlo?

-Cuando viajas a Irán es fácil que todos los prejuicios salten por los aires. Una vez allí compruebas que las cosas no son como creías o como nos han mostrado que eran. Sorprende cómo la cultura, la alta cultura (la poesía, la música, el cine...), está a nivel a la calle. Para comprobarlo basta una visita a la tumba de Hafez, el poeta más conocido de Irán, situada en la ciudad de Shiraz, a 900 kilómetros de Teherán. Hasta allí acuden familias completas para recordarle recitando sus versos de memoria.

-¿No es real, entonces, ese Irán como un lugar hermético, inhóspito, casi amenazante?

-En mi opinión, Irán cumple perfectamente con la idea de la hospitalidad de Oriente. La gente es magnífica, maravillosa. Los universitarios están muy interesados en España, de la que tienen un profundo conocimiento. Recuerdo en mi última visita, hace dos años, que me preguntaron por la situación de Cataluña. Al contrario de lo que creemos, en Irán ocurre lo mismo que en el resto del mundo. No en la esfera pública porque hay muchas cosas prohibidas, pero sí en el ámbito privado.

-Sin embargo, en la actualidad, Irán aplica la pena de muerte, hay detenciones de políticos, periodistas críticos y activistas sociales…

-A mí me gusta decir que cuando un país invierte en crear una determinada imagen de sí mismo, lo acaba consiguiendo. Irán es así, está regido por una sharia [ley musulmana] que es realmente terrible, aunque tiene cosas sorprendentes. Por ejemplo, la operación de cambio de sexo la paga en Irán la Seguridad Social. Yo soy optimista sobre el futuro, aunque no creo que mi generación llegue a ver la desaparición de la República Islámica y, sobre todo, del Consejo de Guardianes. Con todo, ya se han dado algunos pasos. En mi primera visita, la que narro en Escuchar Irán, nadie se atrevía a cuestionar en público el régimen político. En mi última visita, hace dos años, muchos lo criticaban. Seguro que próximamente se producirán más cambios.

-Es realmente sorprendente en este sentido la efervescencia social que usted retrata en Escuchar Irán. Hasta la política llega a tomarse con humor…

-Sí. Estando allí, en alguna ocasión, pregunté por Mahmud Ahmadineyad [presidente de Irán desde 2005 a 2013] y se reían de él. De lo bajito que era, de cómo hablaba... Una de las razones de su elección fue que la población joven (hay que recordar que el 60% de sus habitantes son menores de 21 años) no quería ser representada por los de siempre, sino por alguien más próximo en edad. Ciertamente, Rafsanyani era más liberal, pero tenía 70 años. Con todo, yo diría que los iraníes, en líneas generales, no están demasiados interesados en la política.

-Irán es el país del mundo con más universitarias. ¿Qué papel tiene hoy la mujer?

-Mis amigas iraníes me dicen que si alguien allí tiene oportunidades ahora son las mujeres. Primero, ellas están aprendiendo idiomas, algo que ves cuando llegas a un hotel. Si alguien habla inglés o francés, es una chica. Además, ellas tienen ganas de salir, cambiar de aires; han decidido no contraer matrimonio... Claro que no hay paridad, tampoco legal, pero tampoco la hay en muchos países.

-Usted encontró allí muchos puntos de contacto con Occidente.

-En mi opinión, Oriente y Occidente nunca han estado separados. Nunca se han interrumpido los intercambios. Por ejemplo, la artesanía de las alfombras incorporó en determinado momento los estudios de botánica y zoología europeos en sus motivos.

-A primera vista, el viaje tenía sus riesgos. Usted, una mujer occidental, recorrió Irán en solitario durante siete semanas…

-En Irán, por ser mujer, occidental y viajar sin compañía, tienes una posición de privilegio. Es uno de los países que he visitado en los que me he sentido más a gusto. Lo que me puede ocurrir con un hombre en un parque de Shiraz es lo mismo que ya he vivido paseando por Barcelona, o por Bruselas o por Roma... Te siguen, son pesados: todos tienen la misma condición. Claro que tienes que aceptar los códigos de Irán: tienes que ir con velo. Podemos decir que yo estaba tan a la vista, era tan evidente que no era de allí, que se me cuidaba, se me protegía, se me ayudaba...

-El episodio más desagradable que le ocurrió allí fue, paradójicamente, con unos empresarios españoles…

-Efectivamente, me pasó con unos valencianos que tenían unos negocios de cerámica en Yazd. Cuando una mujer transita por un espacio público, ya sea en Oriente como en Occidente, puede enfrentarse a ciertos peligros.

-¿Se viaja para confirmar lo que ya sabemos o para abrir las ventanas de nuestro mundo?

-Yo creo que, sin duda, para abrir las ventanas. En los viajes yo defiendo, más que la búsqueda, el encuentro. Viajamos para ensanchar nuestra mirada y volver enriquecidos a casa.

-¿Por qué defiende la literatura de viajes como literatura de ficción?

-Es literatura de ficción en la medida de que debes elegir qué contar, cómo hacerlo... Todo es ficción. Yo hago literatura de lo que he visto, de mi memoria. No se trata tanto de lo real o lo no real, de la verdad o la mentira. Lo importante es qué selecciono, cómo decido contarlo... También, claro, lo que callo. Todo eso es literatura.

-Han caído las ventas de los libros. ¿Vivimos en la paradoja de que, ahora que se viaja más, se lee menos?

-Bueno, en general, se lee menos. Cuando viaja, la gente prefiere seguir los blogs a las guías tradicionales. También creo que la literatura de viaje es complicada. Es contar lo que te ha pasado, pero a veces puede llegar a ser muy aburrido. Hay mucho autor de libros de viajes que cuentan el día a día: qué desayunan, dónde van, qué han visto... Es importante dar algo más: el valor literario.

-A la vuelta de unos días verá la luz su última novela, La memoria del cuerpo.

-Sí, se trata de unas memorias personales ficticias sobre mi trayectoria como primera bailarina del Teatro Mariinski de San Petersburgo. En este libro que saco en la editorial Fórcola quería tensar la literatura para comprobar si podía crear una determinada experiencia: la de una vida que no llegué a vivir, pero que tuvo la consistencia real de un deseo.

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