Cultura

El océano y la piedra

  • British Sea Power pone nueva música a 'Man of Aran', uno de los mejores documentales de la historia del cine

Estrenada en 1934, Man of Aran pasa por ser una de las obras cumbres del cine documental, poderosa muestra de la impronta poética de la mirada de Robert Flaherty (1884-1951), depositada aquí sobre el impresionante paisaje hostil de las Islas de Arán, situadas en la costa oeste de Irlanda. Abandonadas a la fuerza del océano y los elementos, las tres islas de Arán son hoy destino turístico preciado para amantes de la naturaleza salvaje. Hacia comienzos de los años 30, cuando se rodó este documental, estaban aún habitadas por un puñado de familias modestas que sobrevivían a duras penas entre las inclemencias del tiempo y un terreno literalmente inhabitable presidido por la piedra.

Allí, en la pequeña isla de Inishmore, plantó su cámara, trabajando en condiciones muy precarias y con un equipo reducido, un Flaherty para el que el acto de filmar estaba indisolublemente unido a la convivencia con el entorno, convencido del realismo como proceso y no sólo como reproducción mimética, tal y como había demostrado ya en Nanook el esquimal, Moana o Tabú. "La finalidad del documental -escribió el cineasta- es representar la vida bajo la forma en que se vive... que se rueda en el mismo lugar que se quiere reproducir, con los individuos del lugar... y que la selección se realiza sobre material documental, persiguiendo el fin de narrar la verdad de la forma más adecuada y no ya disimulándola tras un velo elegante de ficción".

La poderosa e incontestable verdad en Man of Aran emerge de la lucha diaria entre el hombre y la Naturaleza, un gesto épico de alto riesgo que Flaherty captura con enorme aliento lírico en una serie de escenas que describen y relatan la búsqueda y el traslado de la tierra escondida bajo las piedras para plantar patatas, la titánica pesca del tiburón gigante para extraer de su hígado el necesario aceite para las lámparas, el peligro de muerte diario de los pescadores que intentan regresar a casa en sus frágiles barcazas cuando el oleaje les sorprende.

Sustituyendo la música original de John Greenwood, que incidía en los clichés del sinfonismo cinematográfico propio de la época, el nuevo score de British Sea Power que acompaña ahora esta edición restaurada del filme apunta a una sonoridad arcana que parece explorar el carácter de fin de época y fin de raza de un espacio y sus habitantes. La formación convencional de la banda, a la que se unen un piano, una trompeta, una viola y un penny whistle, su rock atmosférico, demorado y progresivo, propone un sugerente correlato musical que sabe leer no tanto la superficie de las imágenes (apenas hay momentos sincronizados) como interpretar y traducir el sustrato mítico, épico y poético, el ciclo de la vida, que late en su interior. Recordamos así, por ejemplo, una hermosa relectura del Wander with me de Jeff Alexander que impregna de nostalgia telúrica las escenas más apacibles de la vida cotidiana en la isla; o el poderosísimo y hermoso final (No man is an Archipelago), en el que una trompeta y una guitarra anuncian un crescendo emocional que despide a nuestra familia, tal vez la última de Inishmore, en el horizonte, sobre unos acantilados azotados por el océano furioso.

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