Crítica de Música

El olor a napalm

Bastaron cuatro gritos de Apex predator y una patada al aire de Barney Greenway y el napalm mortal se extendió por la sala convirtiendo las primeras filas en cuerpos que rodaban y se empujaban, aunque sin perder el control como para que los demás sintiésemos nunca esa maraña de energía catártica como algo amenazador. La única amenaza era la que se cernía sobre el sistema de sonido, casi aniquilado por la asombrosa losa de furia cacofónica que rugía desde el escenario. Napalm Death siguen siendo una fuerza tan aplastante que no sé si lo que hicimos en la noche del martes en su concierto fue disfrutarlo; salimos de la sala con el cuerpo y los oídos maltratados físicamente, pero conscientes de haber asistido a uno de los mejores espectáculos de este año.

Napalm Death siempre ha sido una banda vital, política, y en estos tiempos de creciente populismo y austeridad se necesita más que nunca una noche divertida, jevi, rabiosa e intensa como lo fue ésta; en la que entre el ruido avasallador nos llegó también un serio mensaje de paz, amor y cuidado mutuo; el torbellino de movimientos giratorios que es Barney nos envió entre las canciones mensajes sobre los refugiados, la vivienda en los barrios marginales, la igualdad de la mujer, el trabajo esclavo; nos habló de cómo los gobiernos nos tienen contra las cuerdas antes de arrollarnos con Stunt your growt, de cómo la religión nos aliena antes de bramar Suffer the children, de la paranoia que nos envuelve antes de desgañitarse con The code is red. Apeló al espíritu de solidaridad antes de una canción antifascista como es Nazi punks fuck off, de los Dead Kennedys...

Treinta años desde el primer disco, Scum, con cuatro trallazos en tres minutos, hasta el último, con el que abrieron el concierto; repasados empujando siempre los límites más allá, sin que la energía se disipase nunca, hasta la pared de feedback y ruido blanco con que se despidieron. Napalm Death son el ejemplo de lo que otras bandas deberían esforzarse por ser.

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