Crítica de Música

En nuestro país

Es una artista superdotada, capaz de infinitos matices. Timbre pleno de colores, de terciopelo en los pianos. Es también la naturalidad en la escena. Una diva con los pies en la tierra. Ahí se encuentra cómoda y canta las músicas que le emocionan. No es frecuente ver a los músicos llorar en la escena, como vimos. Porque eso es el arte. Es también, como digo, una técnica portentosa que es un milagro. E inteligencia para seleccionar un repertorio donde sus propias composiciones, como Verde o No hay pan, entran con naturalidad entre clásicos del fado, de la música popular brasileña, argentina y venezolana, valses peruanos, el jazz o la copla que abrió y cerró la noche. Cantó en castellano, inglés, portugués y catalán en Corrandes d'e exili, uno de los números más aplaudidos, sin duda el más jondo, una seguiriya posflamenca que diría un moderno. Uno de los momentos más emotivos de una noche emocionante fue cuando Rocío Molina se subió desde el patio de butacas para bailar Loca, otra composición de Pérez Cruz, en una improvisación que dejó boquiabiertos a músicos y público. Descubrimos con Pérez Cruz que La Lambada es una historia de desolación y, ya en el fin de fiesta, que las habaneras y las guajiras son familia de Amy Winehouse y Beyoncé. El Hallelujah de Leonoard Cohen fue otro hito de una noche gozosa en la que supimos que Lluís Llach, Fito Páez, Luiz Gonzaga, Amalia Rodrigues, Chicho Sánchez Ferlosio, Lorca y Javier Ruibal son ciudadanos del mismo país, el nuestro. Elegancia, sutileza en un brillante acompañamiento de cuerda que no le hace ascos a las disonancias. Lirismo y acidez, en perfecta combinación.

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