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Cultura

La pasión por el peligro

  • El diestro sevillano había reaparecido tras siete años de ausencia, con una exclusiva de Pagés · Como escritor se adelantó a su tiempo con la obra freudiana 'Sinrazón'

La figura de Ignacio Sánchez Mejías (Sevilla, 1891-Madrid, 1934) se agiganta con el paso del tiempo. En la mañana del 13 de agosto de 1934, después de una larga agonía, murió en Madrid, a causa de una gangrena, causada por la cornada que recibió en la plaza de toros de Manzanares dos días antes, por el toro Granadino, de la ganadería Viuda de Ayala.

Las últimas horas de la vida de Ignacio estuvieron marcadas por pequeñas historias curiosas, entretejidas por un destino implacable. Ignacio, que acababa de reaparecer tras siete años de ausencia de los ruedos por una exclusiva de Eduardo Pagés -abuelo del actual empresario de la plaza de Sevilla, Eduardo Canorea-, entró como sustituto, a última hora, por Domingo Ortega, que había sufrido un accidente. Dicen que Sánchez Mejías llegó a Manzanares sin cuadrilla y que por primera vez en su carrera acudió al sorteo. Extrajo los números 16 y el 52. Fue el 16, el citado Granadino, quien le infirió la cornada, tras la apertura de faena, que el torero comenzó con uno de sus habituales muletazos sentado en el estribo. El toro, manso, astifino y badanudo, le lanzó un hachazo y el diestro se agarró a los cuernos. La fiera llevó prendido al hombre hasta los medios, donde realizó el quite Alfredo Corrochano.

En la enfermería pasó unos momentos horrorosos, acompañado del escritor José Bergamín, quien las describe como de una lentitud agobiante. El torero sevillano -como les ha sucedido a muchos otros- no confió en los medios que veía en aquella enfermería, se negó a que le operasen y se obstinó en que le llevaran a Madrid para que lo intervinieran. La ambulancia, por unas carreteras infames, tardó demasiadas horas en llegar a la capital de España. Ignacio murió en la mañana del día 13 en Madrid, delirando. Curiosamente, Sánchez Mejías, cuñado de Joselito, a cuyas órdenes había estado como banderillero antes de convertirse en matador de toros, alternó con él en otra fatídica fecha, la del 16 de mayo de 1920, en Talavera de la Reina, estoqueando al toro Bailaor, quien puso punto final a la vida de Joselito. Otra de las curiosidades es que tras la tragedia de Talavera, el escultor Mariano Benlliure incluyó a Sánchez Mejías en el grupo de figuras que portan el ataúd de Joselito, en el mausoleo que puede contemplarse en el cementerio de San Fernando. Años más tarde, Ignacio reposó junto a dicha obra monumental.

Ignacio Sánchez Mejías había reaparecido con la oposición de parte de su familia y amigos. Sin un estado de forma óptimo, tuvo que emplearse a fondo antes de volver a vestirse de luces en la plaza de Cádiz, un mes antes de la tragedia -en concreto, el 15 de julio de 1934-. El diestro se había adentrado en numerosas parcelas, tras su retirada en 1927. Así, aglutinó a la generación del 27, gracias a su estrecha amistad con Gerardo Diego, Dámaso Alonso, Luis Cernuda y, sobre todo, Federico García Lorca, quien le inmortalizó con su Llanto. Como escritor, el 24 de marzo de 1928, Ignacio estrenó con éxito la obra Sinrazón, primera de corte freudiano en nuestro país, representada por la compañía de María Guerrero. Otras piezas que salieron de su pluma fueron: Zaya, Ni más ni menos, Soledad y Las calles de Cádiz. En su amplio abanico de registros llegó a participar como actor, a ser jugador de polo y a pilotar aeroplanos; e incluso llegó a publicar crónicas taurinas sobre sus propias actuaciones. Y entre sus ocupaciones sociales, presidió el Real Betis Balompié y la Cruz Roja. La lista de ocupaciones y actividades personales se hace casi interminable e incluso tapa, en cierta medida, la importancia que tuvo como torero de este sevillano universal que en cualquiera de sus manifestaciones imprimió por encima de todo una pasión desbordante, una pasión por el riesgo que llevaba en sus venas.

Nadie mejor para contar lo que siente un torero cuando está retirado que Sánchez Mejías, a quien le copiamos estas frases magistrales, rescatadas de la hemeroteca: "-¡Vivir!... Es decir: resucitar. Porque aunque yo he estrenado dramas y he escrito artículos y soy labrador y he hecho negocios, mi verdadera vocación es la del toreo. Y el toreo no tiene más verdadera vida que la del peligro... Cuando uno se retira se muere... El torero no tiene más peligro que el de dejar de existir, y su muerte no está en la plaza, sino en su casa. Joselito está vivo. Más vivo que Belmonte y que yo, porque si muere valientemente en la plaza, mientras nosotros nos metimos cobardemente en la casa, dejamos de existir, mientras él hace de continuo acto de presencia en todas las corridas... Para alejarse de la muerte un torero es preciso que se roce con ella. Es decir: que no deje de torear...".

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