francisco peinado. artista

"La pintura es un deseo del alma que exige soledad"

  • Sus últimas creaciones al óleo sorprenden por su libertad, textura e independencia y pueden verse hasta el 16 de enero en la galería Birimbao

Regresa a Sevilla el maestro Francisco Peinado (Málaga, 1941), pintor inclasificable de clientela fiel, como confirma la galería Birimbao que lo representa desde principios de los años 90. En su nueva exposición, Nautilus, este artista criado en Sao Paulo (Brasil), donde residió desde 1952 a 1963, reúne sus últimos trabajos, obras en su mayoría de pequeño formato en óleo y técnica mixta, siempre sobre cartón. La figuración expresionista y los elementos surreales siguen presentes en su personalísimo código estético, como prueba una de las piezas de mayor formato y que da título a la muestra. En ella, una bombilla desnuda que cuelga del techo y un faro -"en Málaga se dice farola"- señalan el norte y el sur a una montaña que se precipita sobre el mar. La naturaleza, su belleza prístina y la amenazante contaminación, reclama su protagonismo en la producción reciente del artista, que vive y trabaja en conexión con ella en una casa entre los pinares de Alhaurín de la Torre.

-¿Hay algún hilo formal que agrupe sus últimas creaciones?

-Cuando uno trabaja se deja llevar por el instinto y no hay orden, por eso es imposible para mí repetir una obra. La pintura es una lucha: poner y quitar, quitar y poner, hasta que te sale el cuadro. Una batalla con la materia en la que te dejas llevar por los hallazgos que van apareciendo en el proceso.

-En el collage Nautilus presenta a varias figuras que resbalan, pierden el equilibrio o son empujadas de su silla de ruedas. ¿Por qué le interesa plasmar la fragilidad humana?

-Cumpliré en febrero 77 años, llevo pintando más de 55 y en los últimos tiempos me he visto entrando y saliendo con frecuencia de los centros de salud. Por eso supongo que, junto a mis motivos habituales, como insectos, barcos, cruces y soles, en estas nuevas obras aparecen sillas de ruedas, bastones y criaturas que caen al vacío.

-La figura pugna por asomarse, aunque sea de modo anecdótico, en estas marinas.

-Cuando paso mucho tiempo pintando la naturaleza acabo añorando la figura humana o animal, que reivindica su presencia. Pero varias de estas obras, como ocurre con Oro negro, donde sugiero materias viscosas y petróleo, pueden leerse como una denuncia de la contaminación marina. Esa idea es aún más evidente en El pescador, donde una embarcación se dirige a un islote en medio del mar que bien puede ser un peñasco formado por plásticos y residuos.

-En la pieza más contundente de la muestra, La monja, retoma esa iconografía onírica con la que el público tiende a asociarle.

-Partiendo de un motivo religioso, una monja con un velo aparatoso, he construido una imagen ensoñadora que sospechábamos que gustaría mucho en Sevilla. A diferencia de Málaga, aquí se ven siempre muchas monjas por las calles del centro y en los alrededores de la Facultad de Bellas Artes. Sentada en un sofá, sobre cojines, esta monja alucinada le recuerda a mi galerista, Mercedes Muro, a una espectral Doña Inés hablándole a Don Juan Tenorio.

-La riqueza matérica de su pintura es especialmente evidente en cuadros como Goya, donde un toro antropomorfo porta una vela en cada mano y un tambor aragonés con forma de camisa.

-En esa obra los ojos saltones de la cabeza de toro captan la atención sobre un fondo abstracto hecho de capas y capas de pintura. El cartón es muy absorbente, a diferencia del lienzo, y eso me ha permitido jugar mucho más con la materia y con la nobleza de la pintura al óleo. En el año 2000 fui operado de un cáncer en el maxilar superior en el Hospital de Málaga y cuando me dieron el alta comencé a trabajar con mucha textura, antes mis cuadros eran algo más lisos, menos rugosos. Hice lo que me aconsejaron los médicos, no fumar ni beber alcohol, y así he llegado hasta hoy.

-Su anterior exposición en Sevilla, Parking, la organizó esta galería hace tres años. ¿Qué recuerdos le trae esta ciudad?

-Junto a Málaga, Sevilla es la ciudad andaluza donde he expuesto más veces. Hice aquí varias exposiciones importantes de la mano del recordado Paco Molina y también en el Pabellón Mudéjar con motivo del Premio Artes Plásticas de Andalucía en 1992. Por esas fechas comencé a trabajar con Mercedes y Miguel en la galería Birimbao, que se interesaron por mi obra tras verla en ARCO.

-Se le asocia a menudo con la primera generación de la vanguardia malagueña, la del 50, a la que perteneció Manuel Barbadillo. ¿Se siente cómodo con esa clasificación?

-Me resuelta curiosa porque yo en los 50 todavía vivía en Sao Paulo, adonde emigraron mis padres cuando era pequeño. Pertenezco a una familia pobre y mi padre, que era sastre, me puso siendo aún un chaval a trabajar en un banco en Brasil. Pero yo tuve claro desde muy pronto que quería ser pintor y por eso me saqué el bachillerato mientras trabajaba en el banco, en cuya cocina me comía un bocadillo que me preparaba mi madre y de allí me iba directamente a la Escuela de Arte. Expuse por primera vez en 1959 en la Asociación de Artistas Plásticos de Sao Paulo. Cuando regresé a España en 1963 me ayudó mucho a ubicarme el sevillano Luis González Robles (Sanlúcar la Mayor, 1916-Madrid, 2003), que en 1959 fue el comisario del pabellón español en la V Bienal de Sao Paulo. González Robles fue un sabio que hizo muchísimo por el arte español. Cuando llegué a Málaga conocí a Barbadillo y me integré a principios muy rápidamente en su grupo hasta que me casé y me trasladé en 1972 a Madrid. En los 60 Barbadillo aún no había comenzado a trabajar con la pintura modular. Le recuerdo como una persona excelente, un gran amigo.

-¿Se despertó en Brasil su conciencia artística?

-Sí. Recuerdo cuando embarcamos en Barcelona y llegamos al puerto de Santos, donde nos esperaba mi padre. En Sao Paulo vivíamos al principio en una favela, aquello era violencia de verdad. Poco a poco fuimos mejorando socialmente. Cuando llegué a aquel país aún no existía Brasilia, que empezó a funcionar como capital prácticamente cuando volví a España. En mis ratos libres me iba al Museo de Bellas Artes de Sao Paulo, donde me quedaba admirando obras de Picasso y del pintor local Cândido Portinari. Me comía sus obras con los ojos.

-Aunque se habla a menudo del carácter fantástico de su pintura, usted prefiere que se le considere un artista independiente.

-Hubo un tiempo en que se me asociaba con Enrique Brinkmann y el arte fantástico, una etiqueta que nunca compartí. Me he sentido siempre un pintor libre que ha pintado lo que podía en cada momento usando mucho la imaginación y, sobre todo, siendo constante. Creo que la constancia es algo esencial que los artistas jóvenes deben aprender cuanto antes: es muy importante no dejarte llevar por lo que hagan los demás y ser fiel a tu propio camino. El proceso de una buena pintura es un camino muy lento.

-Desde Málaga ha sido testigo de la renovación de la ciudad como uno de los principales destinos museísticos del país. ¿Qué le interesa más de esa escena artística?

-No conozco la actividad del Pompidou, pero Fernando Francés ha movido mucho la escena desde el CAC y el Museo Picasso está haciendo unas exposiciones temporales excelentes. Para mí la que dedicó a la Escuela de Londres ha sido un antes y un después, y me permitió reencontrarme con la obra del artista que tal vez me ha influido más, Lucian Freud. Recientemente he disfrutado mucho con la muestra de mujeres surrealistas, por la diversidad de obras y de artistas que siguieron un camino propio.

-El neoexpresionismo alemán es otra clave desde la que leer sus trabajos, una relación que ahora parece aún más evidente.

-En 1966 residí unos meses en Alemania con mi entonces esposa, que era de ese país, y curiosamente ahora mis tres hijos viven allí. En las galerías nacionales de Berlín tuve ocasión de ver muchas obras del nuevo expresionismo alemán y me deslumbró siempre la pintura y la actitud de Anselm Kiefer, una querencia que todavía perdura.

-Desde la atalaya de la madurez y el compromiso, ¿qué lectura hace de un mercado del arte en el que los récords millonarios conviven con la caída del coleccionismo en las clases medias?

-Se ha dicho a menudo que soy un pintor de izquierdas y es cierto a la hora de pintar pero a la hora de vivir soy de derechas porque es donde hay dinero [se ríe]. Lo que demuestra el mercado del arte es que no hay cultura, pues ha desaparecido con la crisis que hemos sufrido en los últimos años. Los profesionales que coleccionaban arte, como profesores, abogados y médicos, han dejado de comprar, aquí, en Alemania y en todas partes. No tiene sentido que sean los multimillonarios saudíes quienes copen el mercado, como hemos visto en el caso del Salvator Mundi de Leonardo Da Vinci. Es todo un disparate.

-¿Qué es para Francisco Peinado la pintura?

-Los jóvenes se creen que son artistas hechos cuando tienen tanto por aprender para llegar a una profundidad que permita decir que eso que hacen es pintura. Hoy se va a la publicidad, a la decoración, se le da prioridad a las cosas banales. Para mí la pintura es un deseo del alma que exige mucha soledad.

-¿A qué maestro de la pintura le gusta volver una y otra vez a lo largo de los años?

-A Lucian Freud, sin duda. En España a Goya, antes incluso que a Velázquez. Pero un artista de nuestro país al que también admiro muchísimo es Antonio López porque encuentro que su forma de trabajar es muy sincera. López ha sido capaz de pintar figuras con una textura muy compleja y no se ha limitado a practicar un realismo sobrio sino que lo ha impregnado de imaginación y, tal vez por ello, le ha dado al realismo su verdadero sentido.

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