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Cultura

A plena luz del día

  • Pablo Balbontín registra en la exposición 'Media hora', en el Cicus, la constante presencia de burdeles en el paisaje español

  • Las imágenes dan que pensar en su silenciosa rotundidad

Bares de carretera, clubs nocturnos, tal vez burdeles, su apariencia es ciertamente variopinta. Algunos parecen casas de pueblo e incluso de labor. Otros, discretos, se esconden tras cercas vegetales aunque con breves pero expresivos recuadros anuncian qué puede encontrarse al otro lado. Los más descarados no dudan en sembrar la fachada de imágenes eróticas que ni siquiera llegan a ser kitsch. Los hay con ambiciosas arquitecturas, localizadas casi siempre (no deja de ser sorprendente) en polígonos industriales, y no falta el chalecito ni el característico local de carretera, grande y desmedrado, con colores chillones y neones a juego. Obligada en todo caso la marca de identificación: son establecimientos hosteleros, ardid jurídico que no engaña a nadie. Las horas fuertes de tal industria son las de la noche pero Pablo Balbontín ha preferido fotografiarla a plena luz, la del mediodía, cuando las sombras son inexistentes.

El proyecto lo motiva, al decir de su autor, la frecuencia con que tales establecimientos surgen a lo largo de las carreteras cuando se recorre este país. Puede que quienes se empeñan en ignorar nuestra realidad (devotos convencidos de la España católica o entusiastas de la enésima modernización) pasen de largo o desvíen la mirada, pero esos negocios, alegales, dicen, pueden ocultar mujeres en situaciones extremas.

El autor muestra con claridad los edificios, pero sugiere también su blindaje, lo que ocultan'Media hora' prolonga la atención que la fotografía ha dedicado a la prostitución

Las imágenes de Balbontín dan que pensar por su silenciosa rotundidad. El formato (100 x 125 cm) enfatiza la presencia del edificio que la cámara recoge de acuerdo a estrategias diversas. En ocasiones subraya su aparente insignificancia, en otras destaca su discreción. A veces acentúa las pretensiones de la arquitectura; otras, la sal gruesa de los reclamos de fachada y otras, convierte las esquinas del edificio en ángulos obtusos, subrayando el volumen del inmueble. Estas prácticas no son gratuitas. De un lado, muestran los edificios con toda claridad, a plena luz del día, sin misterios nocturnos ni máscaras de neón. Por otra, destacan su hermetismo, su clausura, su casi blindaje. Señala así su descarada realidad y a la vez sugiere cuánto quizá ocultan.

La exposición se acompaña de grabaciones elaboradas a partir de informes e indagaciones de diversos organismos oficiales. Voces femeninas anónimas que narran amenazas, humillaciones y engaños, o la explotación y vigilancia a que se ven sometidas. Es una documentación de interés pero las imágenes hablan por sí mismas. Las fotografías, distanciadas entre sí, desgranan un discurso nítido, sin exageración ni redundancia.

Pablo Balbontín nació en Savona (Italia), en 1965, aunque su familia es sevillana. Estudió Comunicación en la Universidad Complutense y se estableció en Turín como fotoperiodista. Después dejó de trabajar para la prensa y se orientó hacia reportajes comprometidos. La guerra de Irak, la situación de los saharauis, los contaminados paisajes de Río Tinto o la vida de los campesinos pobres en América Latina son algunos de sus trabajos. Muchos han sido premiados en encuentros y foros internacionales. Algunos editados en cuidados libros. Durante años ha sido profesor en el Instituto Europeo de Diseño de Turín.

Media hora se inscribe en la extensa sucesión de iniciativas que la fotografía ha dedicado a la prostitución. Así, los recorridos nocturnos de Brassaï en el París de los años treinta o la reciente serie que Xavier Ribas realizó en ciertos enclaves suburbanos de Barcelona. El año 2007, Joan Fontcuberta comisarió en el Centro José Guerrero (Granada) Los colores de la carne: trabajos de ocho fotógrafas sobre burdeles, peep-shows o strippers. Esta propensión de la fotografía no es casual: la foto es el medio más adecuado para hacer ver lo que generalmente se quiere ignorar o tapar. En toda sociedad hay una distribución de lo visible: hay cosas que están a la vista y otras que se ocultan. Las delicadas ropas de tal o cual marca de diseño se iluminan en escaparates y señalan la distinción de quienes las visten, pero las manos que las hacen, en precarias condiciones, en algún país olvidado se ocultan celosamente y quedan en el olvido. Sabemos que esto es así, como sabemos que hay burdeles y a qué condiciones pueden llegar a someter a las mujeres, pero desplegamos sobre ello un velo de silencio e invisibilidad. De ahí la fuerza de estas fotos: sus imágenes sacan a la luz, fijan y precisan cuanto dejamos en los arrabales de la conciencia. La fotografía no desenmascara con ello la hipocresía, más bien muestra cómo es la sociedad que hemos hecho y hacemos entre todos. Porque al fin y a la postre la explotación de mujeres en los prostíbulos (como la de las trabajadoras textiles de Bangladesh) no es sólo un problema moral sino sobre todo político.

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