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Crítica de Teatro

A cada uno su propio dolor

El Teatro Central cerró anoche su temporada teatral con una pieza de teatro absolutamente realista. Un análisis sorprendentemente preciso y profundo de un duelo (causado por la muerte en accidente de un niño de cuatro años) que cada miembro de la familia -los padres del niño, la tía y la abuela- y el joven que lo atropelló intentan gestionar.

Un duelo que cada persona vive a su manera y necesita un tiempo diferente para superar, salvo en aquellos casos, nada raros, en los que el dolor, aliado con la culpa, se convierte en la elección vital de algunas personas con consecuencias desastrosas para su vida familiar y social.

Con un lenguaje casi cinematográfico, los actores ofrecen una auténtica lección

Sobre esta base, el americano David Lindsay, Premio Pulitzer y autor de guiones cinematográficos tan conocidos como los de Poltergeist o Los secretos del corazón, retrata con verdadera maestría la vida cotidiana de unas personas comunes, ayudado por el también guionista de cine David Serrano. El resultado es tan cinematográfico que se echan de menos los primeros planos y, en el escenario, al final, los silencios alargan en exceso algunas escenas.

Se quiera o no, este tipo de trabajos no tienen demasiado sentido en el teatro, sencillamente porque no se puede sususurrar a gritos y desde las últimas filas de un gran coliseo -que no es el caso del Central- de seguro que la percepción cambia por completo.

Sin embargo, la obra atrae inmediatamente, en parte por el humor y los buenos diálogos y, sobre todo, por los actores. Alterio y Grao están fantásticos, creíbles de verdad, y los demás, como contrapunto, no les van a la zaga.

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