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Antonio Hernández, escritor

“Había quedado con Cela, pero me fui de lavaplatos a un hotel de Mallorca”

Antonio Hernández (Arcos, 1943) vuelve a las andadas. Algaida ha editado La marcha verde y otros cuentos de fútbol.

–¿Vio la Eurocopa que España ganó en el 64?

–La vi en Mallorca, donde trabajaba de lavaplatos en un hotel.

–¿No estaba con Cela en la revista Papeles de Son Armadans?

–Un tío mío que era jefe regional del Trigo en Baleares era muy amigo de Camilo José Cela, los dos eran falangistas. Al enterarse de que yo quería ser escritor, llamó por teléfono a su amigo Camilo, que quedó en recibirme al día siguiente. Yo cogí y me fui a Cala Matjor a trabajar de lavaplatos, de donde ascendí a facturista del restaurante. Allí escribí parte de mi libro de poemas que mandé desde Arcos al Adonáis y por el que me dieron el accésit, El mar es una tarde con campanas.

–¿Dónde vio la final del 64?

–En un bar. En semifinales habíamos eliminado a Hungría.

–Cuando Hungría era Hungría...

–La Hungría buena es la que pierde la final del Mundial de Suiza de 1954 con Alemania por 3-2. En los preliminares, ese equipo con la delantera Budai, Kocsis, Palotas, Puskas y Czibor le había ganado a los alemanes 8-3. Y eso que Kubala estaba en España.

–En esa época, ¿para un intelectual ser futbolero era tan clandestino como ser comunista?

–Ahora se apunta todo el mundo al carro del gol, pero antes iban al Bernabéu disfrazados para que no los identificaran. La aparición de El Betis: la Marcha Verde hizo que muchos escritores salieran del armario.

–¿Ya sin complejos?

–He preparado una antología que me encargó el Ministerio de Cultura de poesía de fútbol. Se va a repartir en colegios y campamentos de verano. Tenían pensado repartirla en los estadios, pero por el volumen el libro podía convertirse en un arma arrojadiza.

–Dicen que la buena literatura se hace con malos sentimientos. ¿Y los buenos deportistas (Eurocopa, Contador, Valverde, Nadal), con tiempos de crisis?

–Las grandes movilizaciones intelectuales, las generaciones de creadores se dan en los momentos de decadencia. Pero aquí hay poca literatura. La clave es la mejor alimentación de los españoles, el consumo de proteínas. Aparte de que este país en treinta años progresó más que en quinientos.

–Salimos de Mariano Haro...

–Y de Bahamontes o Luis Ocaña, que encima era francés. El deportista español era un genio anárquico que no funcionaba en deportes de equipo. Eso se acabó. Donde el país está muy bajo es en boxeo y eso es porque hay menos hambre, fábrica de campeones.

–¿En deporte andamos mejor que en literatura?

–En deporte estamos en la boca del gol, la literatura no pasa del centrocampismo a la defensiva.

–¿Cuál fue el detonante de La Marcha Verde?

–Surgió en Verines, Asturias, donde estábamos en un curso de la Universidad de Salamanca que dirigía el actual director de la Academia, Víctor García de la Concha. Una tarde empecé a contarles cosas del Betis y Bernardo Atxaga me dijo que por qué no lo convertía en un relato.

–¿El relato titulado DiStéfano es para contentar a los sevillistas?

–La causa del relato es real y el efecto imaginario. Mi hermano Manolo era futbolista. Se lesionó del menisco y vino a la clínica de Leal Castaño, en la calle Oriente. Allí estaba Campanal, que le había hecho una entrada terrorífica a Gento y éste saltó y le clavó la rodilla en el riñón. Por allí iban Ramoní, que sacaba los córners de tacón, y Pepillo, el mejor pelotero que he visto. Yo era un niño y ellos me llevaban a Nervión.

–Hace 37 años que no había cinco equipos andaluces en Primera. Va a ser verdad lo que dice Chaves: Andalucía imparable...

–El que está imparable es Chaves. No hay manera de que se vaya. ¡Qué constancia!

–José Agustín Goytisolo era del Constancia de Inca.

–Hay gente para todo. Justo Navarro era del Osasuna por el nombre raro del equipo, pero se hizo del Betis cuando su hija empezó a salir con el bético Fernando. Y ahora se hará del Málaga.

–¿Influirá en las ventas de su libro sobre el Cádiz el descenso?

–En mi libro desciende antes que en la realidad. Y juega contra la Balompédica Linense, la Balona. En Cádiz dependen las cosas de que el puerto funcione. Cuando los grandes pueblos marineros se instalan en Cádiz, fenicios, romanos, en Cádiz hay una gran actividad comercial. Los árabes, que no eran pueblo marinero, lo sumen en el anonimato. Ahora vive una decadencia por la competencia del puerto de Algeciras.

–Usted es, según Umbral, de la penúltima generación del café Gijón. ¿Allí se hablaba de futbol?

–No. Se hablaba de boxeo con Ignacio Aldecoa o con Manolo Alcántara. De fútbol sólo se hablaba cuando Gerardo Diego nos contaba que había sido portero de un equipo de Santander. Lo veías tan sobrio, tan callado, tan transparente por tan casi minusválido de lo enclenque, que no te lo imaginabas de Platko precisamente.

–El portero húngaro que gana la gloria en Santander con Alberti.

–Por eso lo digo. Gerardo es el Alberti norteño de la generación del 27. Alberti sí tenía más planta de portero, pero a toda aquella gente lo que le gustaba eran los toros.

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