Crítica de música

El rayo que no cesa

"Sospecho que si abro esa puerta me voy a encontrar un potro y un plinto", viene a decir Antonio Luque bromeando sobre el singular escenario que lo acoge, el salón de actos de los Salesianos en Condes de Bustillo, abierto ahora a una variopinta programación teatral y musical como Teatro de Triana.

Con el aforo prácticamente completo, arranca el sevillano residente en Málaga recordando aquellos Dos besugos de El fuego amigo. Y a la primera queda ya claro que la velada promete: tras incontables cambios de formación a lo largo de un cuarto de siglo en activo -son legión los músicos que pasaron por Sr. Chinarro-, Luque vuelve a contar con una banda no sólo solvente, sino también cómplice, quizá la más resolutiva y compacta desde los días de Jordi Gil, Javier Vega y Pablo Cabra.

En efecto, los granadinos Pájaro Jack, como reconoce el propio Luque, aportan vitalidad y energía a un cancionero hace tiempo repleto de clásicos, que el respetable corea encantado y que, por momentos -enormes, por ejemplo, El rayo verde o Una llamada a la acción-, lo levanta de sus butacas, irrefrenables ya las ganas de bailar.

Pero hay más. Luque, aparentemente centrado y ajeno a desvaríos, exhibe su mejor forma en años. La buena nueva: vuelve a tocar y a cantar de esa manera que, en no pocas ocasiones, pareciera haber querido hacernos olvidar.

Así crece un concierto que, ya en el bis, alcanza la cumbre de su emotividad, a solas con la guitarra, en El alfabeto Morse (Cuando las parejas se separan no hay beso de despedida / Ni lo ha habido nunca ni lo habrá en la vida) y queda felizmente rematado, con la banda henchida de electricidad, mediante El progreso, la canción que da título a su último álbum (y van dieciséis).

A veces brillará más y otras menos, pero está claro que éste es un rayo que no cesa.

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