Crítica de Danza

La rebelión de los hombres blandengues

Cinco de los seis intérpretes en un momento del espectáculo.

Cinco de los seis intérpretes en un momento del espectáculo. / David Vico / Surnames

Con una gran expectación y las localidades agotadas desde hacía tiempo se estrenó el pasado miércoles La maldición de los hombres Malboro, la última pieza del Festival de Itálica en el Monasterio de San Isidoro del Campo, producida por el propio Festival.

Su directora, la sevillana Isabel Vázquez, afronta en ella algunos de los arquetipos masculinos más universales, centrándose sobre todo en las actitudes corporales y en su incapacidad para expresar las emociones. Para ello, Vázquez ha reunido un variado elenco formado por seis jóvenes y estupendos bailarines, casi todos andaluces, que han tenido que marcharse fuera para poder bailar.

Con la entrada 'en hombre' del primero de los bailarines, muy enchaquetado él -la chaqueta, del derecho y del revés, dará mucho juego durante toda la velada- a los sones del Claro de Luna de Beethoven, se define el tono irónico, ligero y en ocasiones francamente divertido que va a tener el espectáculo. Y no porque no haya en él espacio y motivos para la reflexión sobre la típica educación masculina, sino porque la energía que respiran, incluso en los momentos de enfrentamiento físico o verbal, es una energía positiva donde la agresividad -debida sobre todo a las contradicciones internas de los personajes- parece vivirla cada uno dentro de sí y pocas veces se exterioriza de un modo verdaderamente violento.

Hay mucha danza en este trabajo. Los bailarines logran comunicar lo que quieren con el cuerpo, si bien los textos -a veces demasiado obvios- tienen también un gran peso en la propuesta, sobre todo en boca de algunos como Arturo Parrilla, actor además de bailarín que, con su hilarante gestualidad, acaba por convertirse un poco en el eje sobre el que giran muchas de las acciones.

De cuando en cuando, unas dinámicas escenas corales interrumpen los discursos -incluso dramáticos- y hacen burbujear el espectáculo, especialmente cuando suenan las músicas eslavas, cantan el Macho Men o bailan, como hombres casi de plastilina, el tema Los hombres blandengues.

Sin embargo, son los dúos los momentos dancísticos más logrados y originales y los solos los que ofrecen una mayor oportunidad para que cada uno luzca su técnica y la dialéctica particular que mantiene con su masculinidad.

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