Cultura

Todos somos refugiados

La exquisitez la puso Luisa Palicio. Con su maestra Milagros Mengíbar, uno de los genios flamencos de todos los tiempos que afortunadamente podemos disfrutar en activo. La contundencia El Choro. La sal Rosario Toledo, recién llegada de su estreno en Madrid. La frescura Laura Vital y María José Pérez. Carmelilla Montoya la picardía. El clasicismo corrió a cargo de Javier Barón. Como ven, los profesores de la Fundación Cristina Heeren, colaboradora del festival Flamenco por los refugiados, se volcaron en este concierto solidario. José de la Tomasa derrochó solidez y flamencura al igual que el nuevo vástago de la familia, Manuel de la Tomasa, que con su rotunda soleá daba así los primeros pasos en un escenario. El Chozas, al margen de sus particulares fandangos, cantó por milonga a la que siguió otra milonga, en este caso en la voz de Juan Murube, que acompañó después a Gualberto, otro clásico sevillano. Miguel Campos buscó los sonidos del blues en tanto que Manuel Gerena, aún convaleciente, tiró por la vía del carisma con fandangos y tonás.

Alicia Gil cantó por seguiriyas, rotunda. Esperanza Fernández, por su parte, recorrió toda la geografía flamenca en sus tangos. Manuel Cástulo sobrecogió con una taranta sentimental de letra francamente terrible. Como terrible es el motivo que convocaba esta fiesta, el viernes en el Teatro Central: los muertos en el Mediterráneo de los que, según señaló una voluntaria de Proactiva Open Arms, la beneficiaria del concierto, se han desentendido los gobiernos de ambos lados del Mare Nostrum. También derrocharon oficio y generosidad los que se situaron más lejos de los focos: Manuel Romero haciendo un acompañamiento perfecto, sentido y al mismo tiempo al servicio del baile. Algo parecido podemos afirmar de Juan José Amador, otro de los genios jondos de hoy. Y de la guitarra clásica de Pedro Barragán. Frente a la barroca de Paco Cortés, que levantó algunas de las ovaciones más cerradas de la noche.

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios