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Santiago Roncagliolo. Escritor

"Los retratos nacionales están ahora en la novela negra"

  • El autor acaba de publicar 'La pena máxima', una novela que, con el fútbol como gigantesco telón de fondo, narra una historia de asesinatos políticos en el marco de la Operación Cóndor.

A Santiago Roncagliolo le rondaba en la cabeza una historia ambientada en el Perú de 1978, una historia surgida de los rincones más negros de la Latinoamérica del siglo XX -"donde hemos perdido la inocencia como 30 veces y de todos los sueños nos hemos despertado a lo bruto"-, una en la que la vida de un hombre timorato y apocado, políticamente amansado por la maquinaria burocrática de la que él es una pieza más, cambia para siempre el día -el mismo del debut de la selección peruana de fútbol en el Mundial organizado en Argentina por su régimen de militares asesinos y siniestros- en el que debe acudir, como asistente del archivo del Poder Judicial, a levantar acta de un cadáver encontrado en las calles de Lima.

Algo ve, algo falla, algo no encaja en esa muerte que todos a su alrededor deciden contemplar como rutinaria. El hombre, en el futuro, ascenderá a fiscal, pero eso sólo lo sabemos porque Roncagliolo escribió en 2006 Abril rojo, una novela sobre la pesadilla terrorista de Sendero Luminoso que catapultó al éxito a este escritor nacido en la capital peruana en 1975 y residente desde hace 14 años en España, primero en Madrid y después y aún hoy en Barcelona. "Aquello fue gigantesco y me alegró, claro, pero también implicó que todo el mundo quería que volviera a hacer el mismo libro", dice el autor, que visitó ayer la Feria del Libro para presentar junto a Fernando Iwasaki La pena máxima, su novela recién editada por Alfaguara, en la que, cuando ya nadie -ni él mismo- lo esperaba, regresa al protagonista, su querido Félix Chacaltana, de aquella otra que tanto le dio.

"Volví a leer Abril rojo para no meter la pata en nada, fue divertido volver a ese libro y a ese personaje, como reencontrarte con un viejo amigo y averiguar cómo es su familia, de dónde salió, por qué es ese amigo como es", explica Roncagliolo, que en esta nueva historia se remonta a los orígenes de Chacaltana, pues La pena máxima sucede 14 años antes de los hechos que se narran en Abril rojo, ambientado en el año 2000. "Me sorprendió -confiesa el escritor entre risas- lo realmente rojo que es. ¡Cadáveres, vísceras! Qué sangrienta... La pena máxima es más psicológica, sigue siendo oscura, obviamente, y sigue habiendo suspense, pero es una novela mucho más contenida".

En su investigación de la muerte de ese hombre, que resulta que era su amigo aunque en realidad apenas sabía nada de él, Chacaltana no dejará de toparse con sorpresas, todas desagradables: una trama de espionaje, agentes secretos, dobles identidades, informantes y misiones clasificadas vinculadas a la Operación Cóndor, el infausto plan mediante el cual se coordinaron las cúpulas militares de las dictaduras del Cono Sur para aplastar toda resistencia dentro (y fuera) de las fronteras de sus respectivos países, con el visto bueno de la CIA y con la colaboración ocasional de otros países, entre ellos un Perú oficialmente inmerso entonces en una compleja y titubeante transición hacia la democracia. La pena máxima supone el regreso de Roncagliolo a los temas políticos (espinosos) después de varios libros con registros muy diferentes, desde la comedia a la ciencia ficción pasando por obras de encargo.

"Después de un tiempo haciendo libros muy políticos como Abril rojo o La cuarta espada [un extenso reportaje sobre Abimael Guzmán, el fundador de Sendero Luminoso], la gente, sobre todo allí, en América, empezaba a tratarme como si yo fuera un político o tuviera todas las respuestas, y me vi dando charlas sentado no al lado de escritores sino de ex presidentes. Una locura. Empezó a hacerse incómodo y me vi obligado a buscar otra manera de ser escritor. Y bueno, empezó también a ponerse peligroso: recibí amenazas de muerte, se me lanzaron encima abogados, hubo algunos sustos... Y ahí me di cuenta de que si te pasa algo grave te va a pasar a ti solito, no va a haber nadie arropándote", afirma -aunque sin nombrarlo, pues del episodio no habla ni siquiera con la grabadora apagada: ni una sola palabra- a propósito de lo que ocurrió con Memorias de una dama, un libro secuestrado legalmente de manera fulminante tras su publicación en el que contaba la historia (real) de Diana Minetti, una multimillonaria de la República Dominicana que le encargó escribir su biografía, cosa que él hizo aunque para contar a la postre una historia muy distinta de la que ella quería dar a leer a sus conocidos, pues el escritor desvelaba en esas páginas los vínculos de la familia de la mujer con organizaciones fascistas, con la Mafia, la CIA y las dictaduras caribeñas de Trujillo y Fulgencio Batista, entre otros detalles de los que en los salones de la alta sociedad tienen la costumbre de no hablar.

La reinvención de Roncagliolo pasó por dejar de ser "rehén de los hechos reales", y "todo ha salido bastante bien: o sea, sigo vivo y sigo dedicado a escribir libros", bromea. En este último, para volver ya a él, se sirve de nuevo, como en Abril rojo, de un género híbrido entre la novela negra y el thriller. "La novela negra se ha convertido en el género político universal. Si quieres saber de Grecia lees a Markaris, si quieres saber de Suecia, aunque hay muchos, a Mankell por ejemplo, o a Camilleri si quieres saber de la Italia de hoy... Casi sin darnos cuenta, los retratos nacionales se han deslizado a la novela negra. Sobre todo después de los años 90, vemos la historia con muchos más grises, con más claroscuros. Antes, con la guerra fría, o estabas en un lado o estabas en otro, y la literatura también, por eso era mucho más fácil entender el mundo. Y juzgarlo. Sin embargo tú ahora miras a América Latina y qué ves: los capitalistas exitosos fueron los subversivos de los 70. ¿Y aquí? A Rajoy nacionalizando un banco y subiendo los impuestos... Hoy es mucho más difícil encasillar las cosas, decidir qué es qué, y la novela negra es perfecta para hablar de la ambigüedad moral, de este mundo en el que nunca terminas de saber quién es bueno y quién es malo".

Del fútbol, que constituye el telón de fondo, una presencia constante en televisiones y radios durante toda la novela, al autor le interesaba sobre todo emplearlo como "gran escenario" y como surtidor de "metáforas". "Y además, si vas a hablar de la vida de la gente, al final acabas encontrándote con el fútbol. Casi podría decir que hay tres temas universales: el amor, la muerte y el fútbol. Son las tres cosas de las que habla todo el mundo, en todas partes. La literatura, en general, ya no mira el mundo desde un pedestal, y eso me gusta. Mi generación es mucho más ecléctica que las anteriores, porque en España siempre hubo una tradición de literatura popular, pero allá, antes, parecía hecha sólo para los doctores en Filosofía. Ahora, simplemente, hay más gente leyendo, y la literatura se ha vuelto más popular. Y para mí eso sólo puede ser bueno".

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