Cultura

La sangre de los húngaros

  • 'La sublime locura de la revolución'. Indro Montanelli. Trad. David Paradella. Gallo Nero. Madrid, 2015. 184 páginas. 18 euros.

El auge de la crónica, cada vez más prestigiada como género literario, se manifiesta también en la recuperación de reporteros ya clásicos como el florentino Indro Montanelli, que fue además un notable escritor -la mejor prosa italiana del siglo, a juicio del siempre excesivo Malaparte- pero brilló sobre todo en los dominios de la hoja volandera. Escritas para el Corriere della Sera, las crónicas recogidas en La sublime locura de la revolución -título, quizá, demasiado festivo para definir unas jornadas tan poco jubilosas- ofrecen un testimonio de primera mano de la 'rivolta' de Hungría en el otoño de 1956, la primera que plantó cara a la dominación soviética entre las sometidas repúblicas del Este. Estudiantes e intelectuales, unidos a los consejos obreros, levantaron barricadas, se enfrentaron a las fuerzas del orden y lograron expulsar a las tropas rusas, que en un primer momento se retiraron de Budapest. A los pocos días, sin embargo, ante el temor de que la rebelión se extendiera a otros satélites, diez divisiones acorazadas invadieron Hungría y tomaron al asalto la capital, desatando una durísima represión que debía servir de escarmiento. Los bravos insurrectos, en su mayoría jóvenes, no cuestionaban el socialismo, sino la dictadura de partido único y la sumisión al yugo de la URSS.

Difundida con su acostumbrada eficacia, la propaganda calificó de "contrarrevolucionarios" a los manifestantes que fueron doblemente condenados -aunque los militantes más lúcidos o menos lacayunos mostraron su desacuerdo y espíritus libres como Camus, en su famosa carta abierta La sangre de los húngaros, rechazaron abiertamente la ocupación- por los partidos comunistas occidentales, sin que tampoco los gobiernos, en plena Guerra Fría y con la crisis de Suez de por medio, fueran más allá de una tibia protesta. Los dejaron solos, en definitiva. Para la ortodoxia soviética, como para sus desnortados herederos, había revoluciones buenas y malas, en función de su afinidad a las directrices del Imperio. Emotivas y vibrantes, como debidas al gran periodista que fue Montanelli, las crónicas ahora recuperadas van más allá de la descripción de los hechos para aventurar, en caliente, una interpretación del proceso que sigue siendo válida: hay que estar siempre del lado de quienes combaten la tiranía.

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios