Crítica de Música

Un sevillano en Italia

Diríase que toda la segunda mitad del siglo XVII estuvieron los italianos escribiendo sonatas en trío. Aunque la forma aparece ya en colecciones a principios de la centuria, es a partir de 1650 cuando la moda se extiende, sin duda favorecida por el afianzamiento de la técnica violinística, que acabó por darle a la triosonata su aspecto más característico: dos violines dialogando sobre un bajo.

Así publicó Corelli cuatro colecciones de doce sonatas entre 1681 y 1694 y a este tipo pertenecen igualmente los Entretenimientos armónicos que Francisco José de Castro, un jesuita sevillano residente en Brescia, editó en 1695. Hasta Sevilla los trajo quien más cuidado ha puesto en conocer a Castro y profundizar en su música, el violinista Emilio Moreno, junto a un compañero de mil batallas, Enrico Gatti, y un bajo continuo de los mejores que hoy pueden reunirse en España.

Moreno y Gatti, que alternaron su puesto entre el primer y el segundo violín, son músicos de la vieja escuela, formados en el rigor y el cuidado del estilo, y eso se notó en una lectura más atenta a la frase que al acento, cuidadosa con unas articulaciones de apreciable claridad, algo severa con el ritmo y comedida en el aparato ornamental. La ornamentación fue una función que asumió principalmente un bajo continuo muy participativo, tanto en las imitaciones entre las voces superiores, en muchos momentos como uno más de la charla, como en el soporte y el relleno armónicos o en el juego con el color, que otorgó variedad y sensualidad al conjunto.

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