Crítica de Cine

Nada más terrorífico que la realidad

La sequedad y contención narrativa del director y guionista extreman la tensión de su primer largometraje.

La sequedad y contención narrativa del director y guionista extreman la tensión de su primer largometraje. / m.g.

El pasado viernes se estrenaron dos muy buenas películas de terror. Una es Un lugar tranquilo, que comentaba ayer, y la otra esta Custodia compartida. Según la clasificación convencional de los géneros cinematográficos la primera es una película de terror y la segunda un drama. Pero resulta que no. Custodia compartida es mucho más terrorífica que Un lugar tranquilo y se pasa más miedo y angustia viéndola. Porque en la realidad no hay marcianos con forma arácnida que se coman a quienes hacen ruido. Pero sí hay matrimonios desastrosos que dan lugar a divorcios problemáticos en los que los hijos son utilizados despiadadamente, si hay malos tratos y una violencia que puede volverse incluso contra los propios hijos. No nos faltan noticias horrendas que lo confirmen en nuestro entorno.

Tras darse a conocer como actor de carácter en películas de amigos (Les amants reguliers de Philippe Garrel, Les mains libres de Brigitte Sy) y haber sido nominado al Oscar al mejor cortometraje por Avant que de tout perdre, ganador del César en esta categoría, Xavier Legrand debuta en el largometraje con esta excelente película que es un desarrollo de su cortometraje, incluso con sus mismos y extraordinarios actores interpretando a los mismos personajes.

Iniciada como un drama familiar, se desliza hacia el terror real o, mejor, hacia el miedo: el que siente hacia su marido y padre una familia que intenta reconstruir su vida en torno a la madre tras un divorcio traumático; y sobre todo el que siente el pequeño de once años al que la custodia compartida deja en manos de su violento padre cada temida vez que le llega del turno de estar con él.

Imaginen que en la deliberación sobre la custodia compartida los dos hijos, una adolescente y un niño, se niegan a irse con su padre, al que temen. Imaginen que la justicia se equivoca y le concede la custodia compartida. La joven, a punto de cumplir la mayoría de edad, puede elegir; el niño, no. E imaginen, por último, lo que siente el niño que se negó a irse con su padre cada vez que forzosamente ha de pasar un tiempo con él. La indefensión absoluta ante un carácter obtuso y violento que cada vez es más incapaz de auto controlarse.

Con una sequedad y contención que hace aún más insoportable la tensión e intolerables los estallidos de violencia, sin una sola concesión a la facilonería de lo políticamente correcto en lo que al tema del maltrato se refiere ni a la sensiblería en lo que afecta al niño, con una elaborada y difícil simplicidad, Legrand logra transmitir el miedo y el horror del maltrato convirtiendo al espectador en un preso de sus precisas imágenes como la familia y el niño lo son del maltratador.

No se puede escapar, aunque se desea mirar para otra parte, avisar a los personajes, proteger al niño… Cuando la pesadilla (secuencia de la fiesta) es realidad y el miedo (la mirada del niño indefenso) se despliega en la cotidianidad, el terror deja de ser un género cinematográfico para convertirse en una emoción, en un testimonio, en una denuncia. De extraordinaria eficacia. Aquí hay director.

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