Crítica de Teatro

Tres en tierra de nadie

El error más grueso de Héroes tiene que ver con una cuestión de adaptación, pues poco de anglosajón hay aquí salvo la cuidada y a la larga opresiva escenografía ajardinada. Difícil ver a Gea, Miramón y Varela de veteranos británicos de guerra sólo porque hablen de sus batallitas. Si se puede hacer abstracción de esto, luego, en la misma línea, nos topamos con otro obstáculo algo más simpático, ya que Miramón -un miscasting en toda regla, aunque ya sea sesentón-, no sólo no se encuentra habitado por el humor british, sino que le da por hablar con un extraño, por injustificado, acento madrileño trufado de laísmos y dejes de chulapo.

Los límites laxos del trasvase literario no permiten valorar en su justa medida la obra de Sibleyras, pero por lo visto y oído cuesta darle crédito a la fama que la precede. Más allá de un par de chistes escenificados -un auténtico clásico inmemorial el de la enfermera con frenillo-, y del socorrido gag del continuo desmayo de uno de los protagonistas -de nuevo Miramón-, la obra, carente de ritmo, del mínimo juego con el espacio escénico, de verdadera vis cómica, ni tan siquiera despliega algo de malicia. Así, del propicio clima de postrimerías del hospital para veteranos no sale nada más que una complaciente risa blanca -poco británica, nada española- y reincidente, espiral de tedio que tampoco invita a experimentación alguna, digamos beckettiana o dürrenmattiana.

La alta previsibilidad y el clima de aburrimiento quedan agujereados, sobre todo, por Gea y Varela, grandes actores.

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