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Crítica de Cine

La última trinchera del hombre

Guédiguian reúne a su 'troupe' en una cinta humanista y esperanzada.

Guédiguian reúne a su 'troupe' en una cinta humanista y esperanzada. / d. s.

Poco podíamos esperar ya de Guédiguian y, sin embargo, esta Casa junto al mar nos (re)conquista para su causa humanista, para su fábula contemporánea y su idealismo extemporáneo para el que ha recuperado a su vieja troupe de siempre (Ascaride, Darroussin, Boudet, Meylan, Stévenin) y el paisaje familiar de los alrededores de su Marsella popular y luminosa.

Y nos reconquista a pesar de los pesares, de los borrones de director apresurado y algo tosco con los que manchó siempre sus mejores películas (Marius y Jeannette, De todo corazón, La ciudad está tranquila), liberado aquí de nuevo a la complicidad natural y sincera de los suyos con un texto, un cuento, con el que, aunque renqueante, aspira a mantenerse de pie en estos feroces tiempos neoliberales en los que se han perdido el sentido de la comunidad, el sentimiento y el orgullo de clase, las viejas batallas políticas por un mundo mejor o más habitable.

La enfermedad del padre reúne a tres hermanos en la hermosa casa familiar frente al mar en un pequeño pueblo costero, y a través de ellos, de sus nostalgias, anhelos, heridas y derrotas, Guédiguian va construyendo las ramas de la moraleja de su fábula, el foco primario de resistencia e incluso el de un posible reinicio en ese rincón del mundo donde aún es posible la utopía, la fraternidad, la solidaridad e incluso el amor.

Y nos reconquista a pesar de sus trazos teóricos, de sus subrayados, de esos deslices de obviedad marca de la casa. El director de Marie-Jo y sus dos amores sabe sobreponerse a sus limitaciones, encontrar un tempo y un tono justo, repartir juego, inteligencia y emoción entre los suyos, querer a sus personajes más allá de los viejos dogmas del desencanto del viejo progresista y de la tentación de contar más cosas de la cuenta.

La casa junto al mares, con las debidas y amplias distancias formales entre uno y otro, lo más parecido en espíritu al último Kaurismäki que tal vez podamos encontrar hoy en el cine europeo. No es poca cosa.

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