Crítica de Música

Cuando la variedad es disparidad

Por más que le doy vueltas no alcanzo a entender cuál puede ser la lógica que ha guiado a quien fuere la confección de este programa. Nada tienen que ver entre sí las tres obras del programa, de estéticas tan diversas y tan poco afines en el espíritu de su contenido. De esta manera, la sensación tras el concierto es de insatisfacción y de incomprensión.

A esto cabe añadirle que era previsible el resultado de poner frente a la música de Mozart a un director tan escasamente afín con el estilo clasicista como Neuhold, un director curtido en el gran sinfonismo romántico y posromántico, con sus amplios desarrollos, sus largas frases, sus sonoridades densas y compactas. Y, claro, el resultado fue una Linz pesante y sin esa gracia alada que exige la transparente escritura orquestal de Mozart. A las cuerdas de la ROSS, salvo que tengan ante sí a un director especialista, se les resiste conseguir un sonido definido prescindiendo del vibrato y así se evidenció ya en los primeros compases del Adagio inicial, al que siguió un Allegro spiritoso al que le faltó precisamente fijarse en el adjetivo: sin espíritu, sin acentuaciones y sin contrastes dinámicos, en una versión plana, sin pulso. A base de suavizar hasta el extremo las aristas de las frases siempre cambiantes de esta sinfonía, acabó por hundirla en la monotonía.

Salvo por las intervenciones solitas, correctas, la obra de Copland carece de interés. Neuhold se mostró en su salsa con Strauss, pues firmó una versión brillante, atenta a los juegos de timbres y a las gradaciones dinámicas.

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