Cultura

Ángel para seis décadas

  • Pepa Flores cumplió ayer 60 años, alejada del mundo artístico y las apariciones públicas pero presente en el recuerdo de millones de seguidores · Su personaje Marisol es aún un símbolo de virtud en medio mundo

Ha llegado un ángel, que dirigió Luis Lucía en 1961, fue la segunda película de la malagueña Josefa Flores González, entonces Marisol. Quienes ya habían sucumbido a Un rayo de luz un año antes confirmaron que, efectivamente, un ángel había venido para quedarse en el imaginario colectivo, por más que Antonio Machín los quisiera negros y en Liverpool, por las mismas fechas, The Beatles se prepararan para hacer saltar poco después todos los candados con Love me do. El cándido personaje, de hecho, sirvió para calentar desde la gris España la explosión de color que en forma de pop pretendió conquistar el mundo (apareció en el show de Ed Sullivan en 1961, mucho antes que McCartney y compañía), muy a pesar de que la virtud nacionalcatólica no la abandonara hasta que Pepa Flores, ya mujer y en los 70, le diera su muerte necesaria. La artista cumplió ayer 60 años, apartada casi por completo de los escaparates públicos (en la última década sólo no se ha dejado ver más de cinco de veces) y, por supuesto, del mundo del espectáculo al que culpó de todos sus males. Su madurez interpretativa regaló diversos trabajos interesantes en la gran pantalla, y como cantante disfrutó de un cierto éxito hasta 1983 que, sin embargo, tampoco logró enviar al ostracismo a la simpar Marisol, carne de revival perpetuo en programas de sobremesa pero también de la mano de muchos respetados adalides de la cultura popular.

Hace ya casi una década, cuando llevaba varios años retirada en su casa de Málaga, Pepa Flores tuvo una singular reaparición como madrina de la cantautora también malagueña Aurora Guirado, para cuyo primer disco volvió a registrar su voz en un estudio de grabación. Aquel episodio se resolvió sin entrevistas ni declaraciones por parte de la estrella, pero sirvió para acrecentar la atención hacia la Pepa Flores actual, una mujer muy discreta que ha dedicado los últimos lustros a cuidar a sus tres hijas (la actriz María Esteve, la cantante Celia Flores y Tamara Gades, psicóloga de profesión y ajena al artisteo), a dejarse retratar por Antonio Montiel, a condenar la guerra de Iraq, a participar en la Asociación Malagueña de Esclerosis Múltiple y a vivir en silencio. Su ruptura con el espacio público se mantuvo, por tanto, con el mismo corte radical, pero no pudo evitar el despegue del mito. Marisol sigue siendo sinónimo de éxito en España y buena parte de Latinoamérica, merced a las reposiciones y reediciones de sus discos y películas. Recientemente, de hecho, su influencia en la sociedad española de la época ha sido retomada como modelo para artistas de muy diversa índole, underground incluido. Nada cuenta para estos nuevos fans (baste recordar a El Chaval de La Peca) su condición de abanderada del franquismo ni su posterior militancia en el Partido Comunista.

Tras su descubrimiento en 1959 de la mano de Manuel J. Goyanes, Marisol sembró su entrada en la gloria con una filmografía llena de hits: Tómbola (1962), Rumbo a Río (1963) y Búsqueme a esa chica (1965) pueden servir como ejemplos cinematográficos de la hija perfecta y novia deseada por millones de suegros potenciales. En los 70 y 80, Pepa Flores puso todo su empeño en dignificar su carrera (con las concesiones al sex symbol) mediante trabajos notables junto a Carlos Saura en Bodas de Sangre (1981) y Carmen (1983), en la serie de televisión Proceso a Mariana Pineda, que dirigió en 1984 Rafael Moreno Alba, y en la película de Mario Camus Los días del pasado (1978), por la que ganó el Premio a la Mejor Actriz en el Festival de Karlovy Vary. Desde que se separó de Antonio Gades en 1986, calla. Pero el ángel aún tiembla.

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