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Flamenco, poesía y sentimiento

No es chovinismo afirmar que Eva Yerbabuena es la mejor bailaora del momento, pues así lo considera la mayor parte de la crítica y de los aficionados y así lo demuestra cada vez que baila, en pequeñas dosis, como el buen perfume o el gran coñac. Aunque no fuera un estreno, lo que se podría esperar de la jubilosa reapertura del Teatro Alhambra, después de tres años de espera, el montaje A cuatro voces de Eva puede considerarse único e irrepetible, pues me consta que cada vez que se expone este montaje al público se presenta con diferencias manifiestas. Así que, desde su estreno oficial en la Bienal de Flamenco de Sevilla de 2004, han mudado tanto los componentes de su grupo como momentos determinados de la obra. Por ejemplo, en Sevilla, entre los cantaores se encontraban las inapreciables voces de Miguel Poveda y Segundo Falcón. No obstante, la entrega de Enrique Soto, de Rafael de Utrera y, sobre todo, de un Pepe de Pura realmente inspirado, han hecho que no se echara en falta ninguna otra voz de renombre. También cambia la idea de Retrato, la soleá final, que en la primera edición Eva se queda impasible mirando al público, y ahora felizmente la baila.

El espectáculo comienza antes si quiera que el público ocupe sus asientos. La desnudez de una silla y unos zapatos de hombre, quizá demasiado grandes, son observados en silencio por una mujer vestida de negro, como en Bernarda o en Yerma. Una voz en off salpica algunas frases poéticas. Es la tónica de la obra. El flamenco se hace poesía a través de Miguel Hernández, Vicente Aleixandre, Blas de Otero y García Lorca y, con ellos, todo es simbolismo, sentimiento. Suena al piano Claro de luna de Debussy, mientras Eva, en camisón blanco, aparece rodando al lado de la silla. Su primer baile es contemporáneo, muy lento. Termina metiéndose en uno de los zapatos y haciendo mutis arrastrando la silla. Es el momento del poeta de Orihuela. Una serrana sirve para presentar al cuerpo de baile. Todos de riguroso negro. Yerbabuena aparece de rojo, aunque no menos trágico, cuando este cante se convierte en seguiriyas. Qué buen cante, que buena interpretación.

Aleixandre llega en forma de fandangos, sustituidos por fiesta, que abordan sólo los bailaores; y Blas de Otero por alegrías. Es el momento más flamenco de la velada. Eva muestra todo su saber, su gracia, su autocontrol, su dominio sin igual. ¿Se puede bailar mejor?

Toda esta magia, sin embargo, es posible con el andamiaje de la música de Paco Jarana, verdadero conductor de los sueños de su musa. Llega el otoño y con él Federico. Llueven hojas secas y una niña juega en el borde de una cama de flores donde descansa un hombre. Suena Asesinato de Lorca, con la música que le hiciera Juan Carlos Romero a Enrique Morente. El cantaor cruza las tablas y los barrenderos entierran sus pies en hojas, mientras un tablero ajedrezado se proyecta sobre el escenario. Es un juego de damas por tientos-tangos donde sólo pueden ganar las blancas. Una coreografía extremadamente simbólica acaba con Eva, vestida de hombre, derrotada como el rey negro en un jaque sin escapatoria. Los mozos se la llevan a rastras, como a un toro. Termina la obra con un silencio, el inmenso abismo de unos niños que leen en off un fragmento de Juicio Final de Blas de Otero. "Mientras haya en el mundo una palabra cualquiera, habrá poesía". Si la poesía fuera movimiento, el mejor soneto se llamaría Eva Yerbabuena.

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