Cultura

Introspección, recogimiento y reflexión

El gran silencio surge como reflexiva reacción al ensordecedor ruido que envuelve la vida mundana. Philip Gröning, su realizador, se enclaustró en Grande Chartreuse, el monasterio de los Alpes franceses habitado por la legendaria orden de los Cartujos, tras esperar pacientemente durante 16 años a recibir el permiso preceptivo para poder rodar. Durante sus tres horas de metraje, a ratos desesperante (habituados como estamos al vomito audiovisual cotidiano) y montadas a partir de 120 horas de grabación, el alemán emprende un viaje hacia la contemplación y la espiritualidad, que en ocasiones recuerda a lo que pretendió filmar Rooks con el trasvase de Siddhartha de Hesse. Como decía éste, la verdadera profesión del hombre es conocerse a sí mismo, y este ascético y metafísico viaje hacia las raíces católicas de Gröning permite que creyentes y no creyentes mediten de forma sosegada sobre su papel en la posmodernidad y en las sociedades ultramaterialistas y adocenadas en las que les ha tocado vivir. Si el Tomate y Gran Hermano son los reyes de la telebasura y fiel reflejo de esas mismas sociedades enfermizas por el consumo y el aquí y ahora, El gran silencio es un punto de inflexión para reencontrarnos con nosotros mismos. Aunque a veces, el espejo debería pensarlo dos veces antes de devolvernos nuestra imagen.

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