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Osadías y desvelos de enamorados del arte

  • La historiadora granadina María Dolores Jiménez Blanco recorre en su nuevo libro las aventuras de millonarios e intelectuales que un día quisieron poseer la belleza

Extravagantes herederos, excéntricos millonarios o perspicaces gentes de mundo e intelectuales capaces de adelantarse a lo que estaba por venir. Con la vida y el arte a sus pies, la única obsesión de todos ellos se convirtió siempre en buscar lo más bello, sin importarles lo lejos que estuviese o lo caro que valiese, con tal de poder admirarlo de cerca y conservarlo como su más preciado tesoro. Paul Guillaume, Peggy Guggenheim, Gertrude Stein, John Pierpont Morgan, Archer M. Huttington o Henry Clay Frick son sólo algunos de los nombres propios de las historias de estos "adictos al arte" que recorren las páginas de Buscadores de belleza (Ariel, 2007), donde la historiadora granadina María Dolores Jiménez Blanco y Cindy Mack cuentan las aventuras y desventuras de los grandes coleccionistas .

Buscadores de arte es el resultado de un importante trabajo de investigación y documentación de cerca de dos años, en el que Jiménez Blanco y Mack se dedicaron a revisar la biografía de los coleccionistas más importantes para construir una historia plagada de curiosidades y anécdotas que revelan el sentimiento vital que unía a todos ellos con el arte. "Todo arranca a mediados del siglo XIX con el final del coleccionismo regio de la aristocracia y se para a mitad del siglo XX, justo en la época en que las adquisiciones de las obras se realiza ya por parte de los museos y las instituciones. Durante ese periodo, el coleccionismo de arte se entendió como una pasión romántica, como un reto individual, y llegó a ser casi la forma de situarse en el mundo de todos ellos", explica Jiménez Blanco.

La historia, en este caso, sirve para destruir algunos falsos mitos creados en torno al coleccionismo de arte, y demuestra cómo en ocasiones era mucho más rentable la "intuición" en las adquisiones que las grandes fortunas. Ése fue el caso, por ejemplo, de Paul Guillaume, un galerista de París que comenzó con pequeñas compras de arte africano y que terminó siendo un apasionado de Modigliani; o del neoyorquino Henry Clay Frick, que pese a sus orígenes modestos y a no tener ningún tipo de formación artística, fue puliendo una pequeña colección con obras tan codiciadas como un retrato de Felipe IV de Velázquez.

Muchas de las mejores colecciones de esta época aparecen asociadas a nombres de mujer, ya que el arte se convertía por aquel entonces en "una muy buena forma de poder hacerse un lugar en la sociedad de todas ellas". Así, la díscola de la familia Guggenheim, Peggy, se marchó a París desde Nueva York y se supo rodear de intelectuales como Marcel Duchamp o Max Ernst (con quien incluso se casó) para convertirse en una de las más sagaces coleccionistas de su época. Se dedicó a comprar obras en los momentos más duros de la ocupación en Francia para evitar que pudieran llegar a perderse y, con el dinero que conseguía, ayudaba a artistas jóvenes. Entre sus apuestas más decididas destacó un artista del que le apasionó la forma en que 'vomitaba' la pintura llamado Jason Pollock y que años después revolucionaría los cánones del arte contemporáneo.

John Pierpont Morgan desarrolló, según cuenta Jiménez Blanco, una gran intuición. Su caso era distinto al de otros, ya que tenía una inmensa fortuna y compraba grandes lotes de obras con un sorprendente acierto. Igual de audaz en sus búsquedas fue el matrimonio Havemeyer, quienes fueron pioneros en llevar a Estados Unidos la pintura impresionista francesa y también los primeros en comprar un Greco.

En el repaso de la historia de los grandes coleccionistas sería impensable no mencionar a Hans Heinrich Thyssen-Bornemisza, la colección europea más importante, tan sólo detrás de la de la Reina de Inglaterra. "El barón continuó la colección que había iniciado su padre y que, tras su muerte, se había quedado repartida. Compró las partes de sus hermanos y se dejó asesorar mucho y muy bien, pero también se dejó llevar por su propio gusto. En los últimos años, la baronesa se ha dedicado a entrar en los capítulos que pasaban más desapercibidos en la colección y a reforzarlos con nuevas piezas", añade la historiadora.

Sólo dos españoles, Francesc Cambó y Lázaro Galdiano, aparecen como 'buscadores de belleza'. Si el primero aprovechó su puesto como político para crear una colección con "vocación pública" que hoy está en los principales museos nacionales, el segundo se centró en intentar traer a España algunas joyas que sirvieran para elevar el nivel cultural del país.

Historias de tasaciones, marchantes, subastas, falsificaciones y viajes a cualquier escondite del mundo recorren también las más de cuatrocientas páginas de Buscadores de belleza. Personalidades dispares y colecciones de todos los estilos que mantinen como constante un idéntico argumento: comprar por el mero placer de poseer la belleza.

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