Cultura

La fantasía onírica de Paul Delvaux luce en la Fundación Picasso

  • La primera antológica del artista belga en Andalucía reúne 62 obras que se ampliarán a 80 el mes que viene · Los motivos más recurrentes del surrealista, como la mujer y la muerte, quedan patentes en la muestra

Aseguraba el pintor belga Paul Delvaux (1897-1994), con cierta intuición paulina: "El que no sueña, no vive". Lo onírico estuvo siempre presente en la obra de este creador que aglutinó distintas realidades estéticas en su larguísima trayectoria, aunque tradicionalmente ha sido incluido entre los surrealistas con la bendición de Paul Éluard y André Breton. Quienes acudan desde mañana viernes hasta el 27 de abril a la exposición que le dedica en su sede la Fundación Picasso Casa Natal, la primera antológica del artista organizada en Andalucía, tendrán oportunidad de comprobar que los caminos abiertos son muchos más.

La muestra, organizada por la Fundación Picasso, la Fundación Carlos de Amberes, Caja Duero y la Fundación Málaga, reúne 62 piezas en el nuevo local de la Plaza de la Merced que se ampliarán a 80 a finales de febrero, cuando se incorpore un cuaderno de dibujos que podrá verse en la casa natal primigenia. La variedad de estilos y tendencias que recoge, desde los de corte impresionista de juventud hasta los manifiestamente aliados del inconsciente, demuestra "que Delvaux fue un surrealista heterodoxo, que mantuvo hasta el final una manera de trabajar deudora de su formación academicista y nunca abandonó el registro figurativo", según explicó ayer la directora de la Fundación Picasso, Lourdes Moreno. La impresión, a medida que el visitante avanza a lo largo de los diez apartados en que se divide la obra, es que asiste a una exposición de obras de distintos artistas: nada parece vincular a una marina tradicional con un esqueleto crucificado en clave mesiánica, aunque estén a pocos metros de distancia. La comisaria de la muestra, Ángela Villaverde, advierte sin embargo que ciertos elementos se mantienen como norma común en todo el recorrido: los trenes, las mujeres y las diversas representaciones de la muerte constituyen una tónica perpetua en el compromiso estético de Delvaux.

La totalidad de los cuadros, procedentes en su mayoría de colecciones particulares de Madrid, Alicante, Bruselas y Luxemburgo, permiten calibrar una biografía completa de Delvaux. Tras la primera sección, en la que se muestran obras de juventud y aprendizaje, la segunda se dedica a Julio Verne, verdadera pasión del pintor, y especialmente al doctor Lidenbrock, protagonista de Viaje al centro de la Tierra y objeto de retratos devocionales. Posteriormente, los esqueletos se adueñan del espacio con una imponente Crucifixión y otras representaciones sobrecogedoras como Las catacumbas. Villaverde presta una observación reveladora: "Las figuras humanas siempre parecen autómatas en las obras de Delvaux, carentes de voluntad, mientras que los esqueletos están dotados de vida". Las mujeres galantes destapa el universo femenino del artista, su conocimiento de las modas de la época y, a la vez, su predilección del desnudo como utopía inalcanzable para el hombre. En La maternidad aparece el Delvaux más tradicional, el mismo que rinde homenaje a Ovidio y Virgilio en El pasado clásico. Las estaciones se alimentan de los recuerdos infantiles, con ambición bucólica, y el Museo Spitzner nace del Gran Museo Etnológico que el doctor P. Spitzner abrió en 1856 en Bruselas como atracción de feria. El sueño es el apartado más decididamente surrealista y Las amigas concentra la mayor dosis de erotismo.

Entre desnudos, bosques, trenes, burdeles, esqueletos, mujeres, templos, naturalezas y paisajes urbanos, la exposición de Delvaux, que atisba un siglo de creación con cuadros como Las sombras, La llamada, Boda en Antheit, El sueño, Las mujeres tumultuosas y Palacio en ruinas, habla de mundos que terminan, de realidades que acaban sin remedio. Hay mucho de testimonio en esta antológica, en la que Delvaux muestra el fin descarnado con la muerte en actitud humana, o bien desde cierta nostalgia hacia lo que está a punto de pasar a la Historia (como en las representaciones de trenes y estaciones de ferrocarril, estampas legadas a la posteridad). Al siglo XX, en efecto, se le murieron muchos mundos: Delvaux los pintó para que otros, ahora, supieran.

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