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Otro asalto fracasado al castillo de palabras de Gabriel García Márquez

Hay grandes novelas que es posible convertir en películas también grandes que vayan más allá de la ilustración respetuosa, adentrándose en esa zona interpretativa en la que un gran autor (el cineasta) toma la obra de otro gran autor (el novelista) como inspiración para construir una obra nueva y distinta, que goza del privilegio de ser a la vez una creación libre y una recreación fiel para con su fuente. Y hay grandes novelas que es dificilísimo, si no imposible, filmar; porque lo que en ellas se expresa sólo puede decirse con palabras. Los casos más conocidos son el Ulises de Joyce y En busca del tiempo perdido, ante cuyas murallas han caído todos los intentos de invasión cinematográfica.

Las novelas de Gabriel García Márquez (que paradójicamente tiene una larga carrera, iniciada en 1954, como guionista) pertenecen a este segundo grupo, y el cine nunca ha podido sitiarlas sin salir derrotado. Así sucedió con Eréndira (Ruy Guerra, 1983), Crónica de una muerte anunciada (Rosi, 1987) o El coronel no tiene quien le escriba (Ripstein, 1999). Si ellos no lo lograron, siendo realizadores estimables por una u otra razón, menos aún lo había de conseguir Mike Newell, realizador artesanal -en el más rutinario y modesto sentido del término- de larguísima preparación televisiva (medio en el que trabajó de 1964 a 1978) que prometió con sus primeras obras cinematográficas (Bad Blood, Bailar con un extraño o El buen padre) más de lo que dio a partir de su mayor éxito comercial (Cuatro bodas y un funeral), a la que siguieron obras rutinarias (Fuera de control, La sonrisa de Mona Lisa, Harry Potter y el cáliz de fuego).

Pasar de Harry Potter a García Márquez tal vez sea posible, pero desde luego es un salto en el vacío; y Newell corre en él la suerte del Coyote de los dibujitos: su película se queda mirándonos desde el vacío, esboza un saludo y se precipita con un silbido en el abismo para estrellarse levantando una nubecilla de humo. Lo que queda de la novela es una caricatura. Lo que hay de cine no interesa. Y las interpretaciones son patéticas (el premiado Javier Bardem, que es uno de esos actores que sólo ganan carreras cuando llevan sus riendas buenos directores, realiza uno de los peores papeles de su carrera). Lógica consecuencia de una serie de elecciones erróneas. El castillo de palabras de García Márquez sigue siendo inexpugnable.

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