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La realidad no es lo que parece

  • Frabetti plantea una serie de paradojas que desmontan la lógica de nuestra cotidianidad

Carlo Frabetti, boloñés afincado en España desde hace varios años, se ha alzado con el premio de literatura infantil El Barco de Vapor gracias a una curiosa novela cuyo (¿cuya?) protagonista es un niño (¿o es una niña?) que no habría tenido mayores inconvenientes en hallar dormitorio o nido en ese País de las Maravillas ideado por Lewis Carroll, aquel profesor de matemáticas metido a escritor. Por cierto, también Frabetti es matemático y la obra de Carroll encuentra un oportuno homenaje en las páginas de Calvina.

El meollo comienza cuando un ratero de nombre Lucrecio entra a robar en un caserón y, pillado in fraganti, acepta el trato que le propone el niño-niña que parece ser el dueño-dueña del lugar: no lo denunciará a la policía si se hace pasar por su padre en los días siguientes. En el rol de progenitor, Lucrecio acompaña al chico-chica a un manicomio biblioteca que es un aviso del sinfín de disparates que vivirá a continuación; allí le recuerdan lo evidente: que en esta vida nadie acaba de estar en su sano juicio y que la realidad, realmente, es relativa. En dicho manicomio, un puñado de locos por la lectura deciden ser los personajes de sus libros predilectos y, por boca de ellos, Frabetti da rienda suelta a una serie de estimulantes paradojas que desmontan, con lógica aplastante, la lógica presunta de nuestra cotidianidad. Lucrecio espeta a un tipo disfrazado de John Silver que su propósito de usurparlo es vano pues éste es un personaje literario: "¡Por eso mismo puede ser él!", se defiende el loco. ¿Por qué? El susodicho argumenta: "yo lo sé todo sobre John Silver, absolutamente todo, puesto que sólo existe de él lo que está escrito en La isla del tesoro. Y todo eso puedo grabarlo en mi mente, hacerlo mío por completo". Lucrecio porfía: No puede ser Silver porque no ha vivido las aventuras del ínclito pirata; a lo que el otro argumenta: "¿Cómo que no? Es él, el John Silver del libro, el que no ha vivido ninguna aventura. El John Silver del libro no es más que un montón de letras ordenadas de una determinada manera sobre unas hojas de papel. Soy yo, el lector, el que hace ese montón de letras se convierta en un personaje".

Esto no es más que un aperitivo, un botón, una muestra de un juego literario muy recomendable, lúcido y delirante a un tiempo, que nos acompaña a través de jardines que son bosques, hacia casas que son laberintos, dentro de armarios que son otra cosa; en sus páginas comparecen niños que quizás sean niñas, enanos que son gigantes (o al contrario), así como muertos que están vivos (y al contrario). Decíamos que la realidad no es lo que parece; la literatura, por supuesto, tampoco.

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